La escolapia y la prosti

+ Cómo decirle a una ramera que
   la necesitas, pero para otra cosa

Por Fabiola González Ontiveros

La semana pasada me encontré en una situación que jamás pude imaginarme estar en mi vida, y por supuesto después de haberlo pasado no cambio la experiencia por nada.

La cosa está así: en mi materia de periodismo, viendo el tema de las entrevistas y toda esa onda, nuestro profesor que es muy exigente y un perro a lo que la materia se refiere, nos dijo desde principio de semestre, que cuando viéramos la entrevista nos iba a tocar llevar a personas externas a la escuela para hacer la actividad más real, y que los entrevistados no serían cualquier hijo de vecino, que nos iban a costar muchísimo trabajo “y van a sentir el rigor de estar aquí enfrente con todos los ojos puestos sobre ustedes”.

Pues esos personajes que no eran comunes y corrientes, los empezó a repartir: un stripper para ella, un stripper para él, alguien con VIH para tal persona, un transexual para fulanito…etc. A mí me vio y me dijo: “Fabiola… qué te ponemos a ti… tú vas a traer para entrevistar a una prostituta”.

Por supuesto puse cara de despreocupación, no quería que el profesor viera que estaba realmente asustada por mi tema, ya parece que iba a ir yo a la avenida en la que sé que hay prostitutas y travestis, para preguntarle a alguna si estaba dispuesta a ir a mi salón para una entrevista de 5 minutos.

Pues resulta que aunque no quería y me hice tonta dejando pasar el tiempo para no buscarla, preguntándole a mis amigos a ver si tenían contacto con alguna, revolcándome como gato boca arriba porque no quería ir a buscar una a ese lugar a media noche.

Resultó que, sin poder evitarlo y al agotar todas mis opciones, tuve que ir a Lázaro Cárdenas por mi prostituta, ya sé que se escucha mal pero vieran que normal es escuchar en el salón por estos días “mi stripper, mi brujo, mi exorcizado, mi ex presidiario… etc.”, y la verdad fue una parte de lo que me imaginaba y otra que no tenía ni idea de que iba a suceder así.

Estuve preguntando dónde se ponían, además de esa avenida, porque según las referencias que me daban en ese lugar había pocas mujeres ya que la mayoría eran travestis y todos en general eran muy bravos, recibí consejos de no llevarme bolsa, de no parecer fresa, de ir acompañada de algún hombre grandote por si las dudas… en fin, el paisaje que me imaginaba no era para nada bonito.

El sábado por la noche, después de ir al cine, nos dirigimos Martha, Soní y yo, que son de esos amigos que te acompañan hasta para buscar la prostituta literalmente, a otro lugar llamado El Árbol, donde se supone que había sexoservidoras, las más viejas de Xalapa, y que seguramente sí jalarían conmigo por ser ya grandes y más conscientes que las jóvenes, más amables incluso.

No sé por qué razón no había ninguna en ese lugar, a las 12 de la noche íbamos los tres solitos y nosotras más muertas de miedo que nada, y Soní bien tranquilo caminando junto a nosotras.

Le llamé por teléfono a mi papá para decirle que, pues no habíamos encontrado nada y que ya íbamos a agarrar camino de regreso porque no traíamos carro y andábamos a patín por la ciudad a la 1 de la mañana. Él, entre riéndose y compadeciéndose de mí, que estaba ya algo desesperada por conseguirla, se ofreció a llevarnos a Lázaro Cárdenas, para buscar a alguna que nos hiciera el paro.

Total que vamos y es todo un espectáculo ver a cualquier cantidad de bichos raros vestidos de colores brillantes y cabello vistoso, jugando con cada persona a “ese es hombre, ese también, esa sí es mujer, noooo ese es hombre ¿no le ves la cinturita de boiler?”.

Yo me sentía demasiado nerviosa, me empezó a doler la garganta, de repente sintiéndola totalmente cerrada, y por más que intentaba abrir la boca no me salían sonidos, de puros nervios porque ya hace mucho tiempo que salí de la gripa.

Primero nos paramos ante una persona de botas doradas con peluche, puntiagudas, altas, y una figura esbelta y perfectamente cuidada, con el cabello hasta antes de la cintura y una bolsa de mano muy bien detenida al hombro. “No papá, ese es hombre, con éste no, vámonos más para allá”. Nos quedamos ahí alrededor de 5 minutos, que me parecieron eternos, mientras el travesti se paseaba como vendiéndonos el producto, para ver si lo llevábamos o no, pero cuando se percató de que éramos 4 personas en el coche, mejor se escondió a la vuelta de la esquina hasta que un hombre en otro coche se paró al lado de él (o ella, ¿cómo le puedes decir a estas personas?) para, nada más y nada menos, que trepársela. No es que sea raro, sólo que nunca me había tocado verlo.

Le dimos la vuelta a la avenida, y nos paramos con unas que sí estábamos seguros de que eran mujeres, por que se ven un poco más descuidadas de la figura, ahí quienes se arreglan más son los travestis.

Martha, Soní y yo nos bajamos, y mi papá esperó seguro dentro del coche, como era mi asunto mis amigos decidieron dejarme adelante, pero yo estaba totalmente bloqueada, nunca pensé tener contacto directo con ese mundo, jamás creí que lo necesitara de algún modo, así que llegamos con una señora que vendía dulces, que tenía su changarrito y al lado había 3 o 4 sexoservidoras esperando cliente.

Ella amablemente nos preguntó que qué se nos ofrecía, y yo solamente miraba los dulces y le decía “nada”. Es la vez que más me he cohibido en la vida, nunca me había sentido así, al grado de quedarme sin palabras, sin tener idea de qué decir, de cómo preguntar por lo que buscaba. Ella preguntó por segunda vez, sin mostrar hastío, “¿qué les ofrezco?” “eeem, bueno… quiero… Martha, ¿qué quiero?” volteé a ver a mi amiga con expresión de súplica, me di cuenta de que yo no podría hacerlo, y necesitaba con toda la desesperación del mundo que me ayudaran, y por supuesto, como mis amigos son la onda, Martha empezó a hablar.

Le soltó el choro y nos empezó a contar que en esa zona se llamaban las Amazonas, y que ella hacía un tiempo se había dedicado a eso y hasta había sido jefa de zona, yo ya más tranquila y segura seguí la plática y me desahogué. Nos comentó que ella no nos podía ayudar porque en las mañanas cuidaba a su nieta, pero “pregúntenle a las muchachas a ver si alguna está dispuesta, no son mala onda, no les tengan miedo”.

Aunque ya estaba más confiada no dejaba de tener miedo, así que les rogué que nos fuéramos de una vez y conseguiría a mi personaje por otro lado.
-Pero ya estamos aquí Faby, no seas rajona.
-No manchen neta ya no quiero estar aquí, ya vámonos por favor, neta, ya.
-Nada, ven vamos a preguntarle a esa que está recargada en el poste.

Nos dirigimos hacia ella tratando de parecer tranquilos, aunque ninguno de los tres lo estaba, y sólo dijimos “Hola, buenas noches”, cuando la tipa nos mandó directito a la fregada diciendo que ya sabía de qué se trataba y no tenía tiempo para esas cosas.

Una mujer chaparrita, le dijo a la señora de los dulces: “Échamelos, yo los atiendo por 200 pesos”.

Seguramente pensó que queríamos de sus servicios, pero en cuanto le expliqué de qué se trataba, porque ya para entonces me había animado y por fin me salió la voz para poder hablar, se mostró dispuesta y amable, aunque sin bajar la guardia.

Me dijo que sí y no lo podía creer, quedamos de vernos el lunes para mostrarle las preguntas, para que no le cayeran de sorpresa, aunque para mí era más bien un truco, si se presentaba el lunes, significaba que no me dejaría plantada el día de la entrevista en el salón.

El lunes fue a la cita, y descubrí que es una persona muy amable, con una historia fuerte detrás de ella y aunque aún no hago la entrevista, me da mucho gusto haber tenido la experiencia de conocer el punto de vista de alguien que está en un lado completamente opuesto al mío.
En fin… es una historia para contar a mis nietos, al menos puedo decir que me pasó algo interesante en la vida.

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