¡Tubo, tubo, tubo!
+ El Miau Miau, El Ice o el Black Cat…
+ Al Agasajo no porque está muy denso
+ Y que sale Irán con música de Rammstein
Por Fabiola González Ontiveros
En esta escuela me ponen a hacer cosas que jamás en la vida me imaginé que haría. ¿Les conté que de tarea tuve que ir a un table dance? Nuevamente para mi “gran materia” de periodismo, esta vez con las crónicas. “Los voy a mandar -dijo el maestro- a cada uno a diferentes lugares, para que me hagan una crónica acá bien chida”.
Vi cómo uno a uno les indicaba el lugar al que irían: a un cementerio, un rastro, luchas clandestinas, peleas de perros, acompañar a un travesti hasta que alguien se lo trepara, reclusorios, y a mí… al table. Parece de locura, pero supongo que de algo nos servirá todo esto. Me propuse ir el sábado de la semana pasada, pero por angas o mangas de mis amigas decidí no ir ese día y posponerlo para el lunes.
El lunes me puse de acuerdo con más gente, pero también nos rajamos y que no, que hasta el martes. Ya estaba pensando en inventarme la crónica cuando agarré valor y les dije: “va, nos vemos a tal hora en casa de fulanita y de ahí jalamos para alguno”. Ya en mi casa, bañadita y platicando por el Messenger me pregunta mi amigo Soní: “¿Qué te vas a poner?, porque ni creas que dejan entrar a cualquier guarro ahí eh, hasta para los tables hay categorías…” Bonita chin… digo, fregadera.
Ahora resulta que me tengo que arreglar ¡para que me dejen entrar a un table! Pues bueno, medio me arreglé y me fui a casa de Nelly, que sin querer queriendo vive a dos cuadras de la zona donde hay varios tables establecidos, casi cada 20 metros unos. Me fui platicando con el taxista en el camino, y cuando le dije a dónde me dirigía para la tarea, me empezó a contar que de categoría había 3: El Miau Miau (imagínese usted, nada más con el nombrecito), El Ice y El Black Cat (El M.P. le dice mi papá, ¿qué por qué?, pues porque son las abreviaturas del Minino Prieto, sabe…) y que pues, ahí quién sabe si dejaran entrar a mujeres, pero que también había otros más corrientones dijo él: El Ladies, el As de Oros y El Agasajo, pero que el último ya estaba muy denso. Iba yo muy divertida porque el taxista me platicaba de esos lugares: “este wey… -pensaba yo- ni le ha de saber a esas cosas”, porque me decía cómo se ponía el ambiente en tal o cual changarro y que podía yo pedir una cerveza, o un cubetazo si éramos varios, éste por 100 pesos, y así ya veíamos el show.
Bueno, por fin llegamos a casa de mi amiga, donde me despedí del taxista y me deseó suerte con la tarea, además de que me divirtiera. En casa de Nelly me empezaron a agarrar los nervios. ¿Por qué jijos tenía yo que meterme a un lugar de esos?, me parecía una locura… Bonita me iba a ver entrando ahí. No quería, ya me estaba rajando, pero de cualquier manera ya estaba muy cerca, así que no podía echarme para atrás.
Llegó el incondicional Soní y salimos de la casa los tres entre risas por la aventura que nos íbamos a aventar, y en el camino nuestro amigo comenzó a darnos consejos: “No se pongan nerviosas, acuérdense, todos los que estén ahí adentro están en la misma posición que nosotros, bueno, ellos están peor, así que no tienen por qué juzgarnos.
No le hagan el feo a las que bailen, es más, aplaudan, síganles el juego, porque si ven que se tapan los ojos nos van a correr a la chingada, sonrían y actúen normal”. Fue más fácil de lo que pensé, me puse mi disfraz inmediatamente y se me olvidó la pena. El gordo de la puerta nos dejó entrar tan pronto como le enseñamos las credenciales de elector.
La música estaba muy fuerte y, como lo esperaba, estaba oscuro y con algunas luces de color verde, azules y naranjas, como un antro por la música, y casi no había gente, en primer lugar creo que porque era temprano (eran como las 10 de la noche apenas), y en segundo porque era martes. Ya fuera yo un sábado a ver si estaba igual de vacío... Ante la falta de público me sentí segura, así no tendría que soportar a un montón de señores enloquecidos babeando por una vieja encuerada, mientras sus esposas esperan en casa con la cena lista.
Las bailarinas andaban ahí caminando por todo el lugar con sus zapatos de plataformas de 20 cm y las minifaldas por las que les pude ver todo el trasero moviéndose por aquí y por allá. No eran muy bonitas, pero por supuesto los tipos no van a verles la cara. Había una que era la mejorcita y ya estaba sentada en una mesa con dos hombres trajeados, ¿algún político tal vez? Seguía observando todo, la pasarela de madera con un tubo a la mitad y otro en un extremo, y sillas alrededor de ésta para quienes quisieran tener la carne más cerca.
El camerino de vidrio transparente, así el público podía ver cómo se arreglaban las bailarinas, como se cambiaban de falda o de tanga ya de plano, se peinaban, se miraban cada detalle para estar perfectas para salir a provocar infartos (yo creo que es literal, por la edad que tenían algunos del público). En esas andaba, sin creer que estaba sentada en ese lugar que jamás me hubiera imaginado, cuando Nelly me jala del brazo y me dice: ¿ya viste? “¿Qué cosa? -y me hace voltear a ver a la mesa que estaba frente a nosotros, la de los dos señores, en la que la bailarina ya le estaba brincoteando encima a uno de ellos… me dio tanto asco que casi vomito la cerveza esa horrible que compré para disimular el motivo de estar ahí.
De repente anunciaron la segunda llamada para “Irán” y la mujer chapulín se levantó de la mesa y se dirigió hacia el camerino, a prepararse, caminando apenas con sus plataformas transparentes que yo le calculé unos 18 centímetros. Dieron la tercera llamada y pusieron algo de Rammstein, lo que hizo que me estresara más, esa maldita música de verdad que me pone los nervios de punta, y la vieja que no se podía mover gran cosa con esos zapatotes que en un descuido podían romperle el tobillo.
La verdad bailaba feo, y esa noche descubrí que los tubos no son mayormente sexys, sino que necesitan detenerse de algo para no caer, así caminó de un tubo al otro con sus pasitos culeros durante una canción. A continuación siguió otra, también metalera, y como que hizo el intento de moverse más, se quitó un cinturón que le cubría todo el tronco, se supone que empezaría lo bueno…
Pues me quedé esperando lo bueno, porque una tercera canción llegó, ya muy tranquilita, y se empezó a quitar la ropa. En la mesa de los dos señores el más ruco le mandaba besos, y yo mirándolo con mi cara de asco, para luego regresar la mirada a nuestra querida chapulín y su show. Se quitó el top y, bueno… yo fui a criticar por supuesto, no tenía mucho de frente… lo que la salvaba eran las piernas, que estaban gruesas -sin llegar a ser de res- y firmes, o al menos eso parecía.
Se quitó la faldita esa que nomás estaba de adorno, y después se desamarró un lado de la tanga para volverlo a atar en el otro, como si fuera una liga. Pensé que me escandalizaría más, o que sería algo más extraño de lo que pensé, pero no se me hizo que la mujer tuviera nada extraordinario, nada nuevo, y al menos yo no entendí cuál es el chiste de que se encuere y medio baile.
Bueno, ella está trabajando, pero los que van a ver esto, señores casados, trajeados, maduros y se supone que centrados, me parecen realmente patéticos, me da mucha lástima verlos ahí babeando como perros por sólo un poco de carne tratando de no caerse con unos tacones inmensos.
Cumplí con mi tarea, pero ni me gustó la experiencia ni me divertí, no me pareció una cosa del otro mundo pues, pero al menos así ya no me cuentan cómo se pone. Y yo tengo ya una aventura más para contarle a los nietos.
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