+ Recuerda el poeta de Tepa cuando se lo sonaba Don Raflas
+ Las prostitutas son más decentes que los políticos, según Él
Por Flavia Mariela
Sólo una vez lo había visto, pero no había tenido el gusto de conversar con él, con Luis Gutiérrez Medrano.
Reconozco que me intimidaba un poco ir a esa reunión, pues no lo conocía ni sabía qué preguntarle ni qué me dejaría contarle a la gente sobre su vida.
Pero ahí fui una tarde. Me recibieron él y su esposa, me presenté y una vez que tomamos asiento dijo: “Y qué quieres que te diga?, ¿qué le puede interesar a la gente de mí?” y soltó una carcajada.
Así es él, una persona muy alegre y bromista, sin que esto impida su preocupación por ciertos temas.
En ese momento supe que la tarde sería de provecho, que no estaba ante cualquier persona. Ya quería saber más de él y de su vida.
No le pregunté la edad, no tenía importancia para mí porque a medida que transcurría la charla sus anécdotas y la fidelidad con que las recuerda, daba la impresión de que el tiempo no pasara por Él.
Lo primero que me vino a la mente fue saber qué lo habrá llevado a escribir, cuándo comenzó, de qué le gusta hablar en su poesía...
“Mi papá -dijo- me hacía aprender poesías y declamarlas, y de chico le agarré el gusto. Después me fui a estudiar a Guadalajara, estuve con un canónigo y con él aprendí como no te das una idea… Tenía como diez mil libros, había una colección de los mejores al alcance de los niños y allí me pasaba la tarde, leyendo".
"Y empecé a escribir a los trece años. Le hice un soneto a mi papá: ‘A don Raflas le dedico este soneto...’ Porque así le decía a mi papá, Don Raflas. Él no decía nada porque era muy parco para el elogio... Pero por él aprendí el gusto por la poesía y a tratar de escribir".
"Una vez aquí en el colegio nos dejaron de tarea escribir sobre los héroes de la Independencia y yo escribí sobre Nicolás Bravo, que había perdonado a trescientos prisioneros después de que habían matado a su papá… Escribí eso y cuando se lo mostré al profesor él dijo que eso lo había escrito mi papá y no lo calificó. Yo sentí… (cierra los puños y aprieta los labios) ganas de llorar”.
Escribió un libro donde se recopilan experiencias y sus puntos de vista, sobre todo acerca de temas campiranos. Luis Gutiérrez ama el campo. Ahora está en camino a completar el segundo libro que piensa nombrar “El ocaso y las sombras”.
“Creo que me sale bien, no me gusta escribir cosas como para la basura. A veces leo en las revistas unas poesías que digo… así como esas me aviento una diaria (se ríe). Con el Epigrama me divierto, hace años que lo escribo”.
Me pregunta si fumo y le digo que no.
-Ah, era para que me dieras uno. No, no te creas” (y sonríe nuevamente).
Fue por su cajetilla a otro cuarto y mientras enciendía un cigarrillo dijo:
– Es para emocionarme más (se sentó como para conversar largo y tendido).
“¡Me inspiran tantas cosas…! La bondad humana, la maldad humana, Dios, la belleza, el sufrimiento… Y escribo cuando me llega la inspiración, el otro día me levanté a las cuatro de la mañana para terminar una poesía, desperté, la empecé a escribir y la acabé. No sé si me la acuerdo pero dice algo así:
Qué extraño me parece no conciliar el sueño.
Oigo cantar los gallos
y las golondrinas empiezan su concierto.
Parecen que fueran niños en un campo de juegos.
Afuera sopla el viento
y una lluvia juguetona con sus párvulos dedos
llama al cristal de mi ventana.
Me asomo, medito y pienso.
¡Qué hermosa la lluvia cuando se tiene techo!
¡Qué hermoso es el aire cuando se tiene abrigo!
Pero hay gentes como yo, de carne y hueso,
que no tiene pan, ni abrigo ni techo.”
Habla de su infancia, reconoce que fue muy travieso y recuerda que su papá lo amenazaba diciendo nomás: “Amarra tu silla Luis”, y él ya sabía a lo que se refería, a que en algún momento vendría el castigo. Y cuenta que así se dormía. “Vaya a saber uno a qué hora era que mi papá entraba en el cuarto y decía: Levántate Luis. Yo me persignaba y lo seguía. Con una linternita alumbraba el camino hacia una troja y allí comenzaba la homilía: “Mira hijo, esto me duele más a mí que a ti” y ¡zas! me daba un azotazo y luego continuaba con otra parte de la homilía y así como unos cinco golpes, o hasta que llegaba mi mamá diciendo ¡Ya déjalo Rafael!”. Y continúa Luis el relato entre risas, como si todo aquello de verdad se lo hubiera merecido.
“Era la costumbre en esos tiempos, antes con la mirada le ordenaban todo a uno. Por ejemplo, íbamos de visita y como santo niño había que estar. Había cosas buenas y cosas malas... Ya el respeto hacia los padres no es igual, la obediencia a los padres no es igual. Ahora hay más comunicación entre padres e hijos, más como amigos. Antes eran duritos duritos. Lo mejor que me dejaron mis papás fue, primero la vida, segundo su ejemplo y sus enseñanzas, tercero la guía sobre la cosas de la vida, cómo enfrentar las dificultades. Puede ser que alguna vez no le hayan acertado, pero su intención siempre fue buena”.
Ya de muchacho, como a los dieciocho años conoció a Elia, quien hoy es su esposa. Según él ya le había echado el ojo. Según ella, nunca lo había visto antes de cierta vez que hubo una reunión en el rancho y unas amigas de la señora Elia, hija de unos medieros que trabajaban para el padre de Luis, la invitaron. Fueron a misa y según ella en medio de la misa escuchó los cascos de un caballo acercarse por el empedrado de la iglesia, volteó a ver y era un joven de sombrero y fuste que apareció por la puerta del templo. “¿Y este quién es? le preguntó a su amiga. Es el hijo del patrón, le respondió”.
Y así nomás quedó, hasta que un día en la plaza de Tepa, cuando la costumbre era pasear las mujeres en círculo en un sentido y los hombres en el otro, un muchacho se le acercó y le regaló una gardenia. Ella como que de algún lado se le hacía conocido. Era Luis, y en la siguiente vuelta venía con un ramo de flores. Desde ese momento fue su compañera incondicional en la vida.
Como a los veinte años estaba estudiando ingeniería civil en Guadalajara, cursaba el primer año cuando su papá le pidió que se hiciera cargo del rancho. Tuvo que volver, se casó con la señora Elia y se fueron a vivir al rancho. Feliz, según Luis, porque confiesa que la ciudad lo agobia.
Y volviendo a los escritos y a los temas que toca en su colaboración semanal llamada Epigrama, le pregunté cómo ve la actualidad y qué piensa de los políticos.
Ya nomás con la cara que puso me anticipó la respuesta. Pero dijo: “Los políticos son lo peorcito. Las prostitutas son más decentes. Digo, puede haber alguno que se libre, pero huy… debe ser como San Francisco de Asís. Ganan un dineral y todavía quieren más, lo que ellos reciben de aguinaldo no lo gana un trabajador en un año. Es vergonzoso, no, no… estamos mal.
“Ahora todo eso que está pasando con la inseguridad. No sé tú cómo la veas… les falta enseñar desde párvulos la religión, ah pero tienen la enseñanza laica. ¿Le iría mal al gobierno si desde chicos enseñaran a los niños a no robar? Oye, si los talibanes agarran a niños de 12 años o menos y hacen que se suiciden diciéndoles que se van a ir a la gloria, por qué no van a un niño diciéndole la verdad, creándole la conciencia de no matar, no robar. Por eso estamos como estamos, no hay temor de Dios ni una conciencia bien forjada. ¿Qué está pasando en el Distrito Federal con las leyes de Ebrard?, ¿es posible hacer una ley para que maten a un inocente? Cuarenta mil inocentes mueren al año, hay más muertes que con los narcos. Una nación así va para abajo”.
“Se necesitan medidas a corto y a largo plazo en la educación, enseñar religión, ya no digamos la católica, es una condición natural lo que dicen los mandamientos de la ley de Dios”.
“Pienso escribir sobre eso, sobre el origen del laicismo. Si no se enseña a los niños rectamente estamos perdidos.”
El ambiente se fue poniendo más ameno, compartiendo muchas historias, algunas muy personales y que no vienen al caso. Y así la tarde se hizo noche y nos despedimos con la promesa de otro encuentro para continuar compartiendo nuestras historias.
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