Regresiones




Qué curioso, mis tres hermanas estaban más que extasiadas viendo el concierto de Paul McCartney y a través del túirer decían que se acordaban de cuando eran niñas y mi papá les ponía canciones de los Beatles en el carro y que a causa de eso se habían aficionado a los temas del también llamado "Cuarteto de Liverpool".
Yo no recuerdo eso; quizás por eso me son tan indiferentes los Beatles, aunque varias de sus canciones me agradan, pero no como estar pegado durante horas a una computadora para verlos por internet y mucho menos para haber acampado desde un día antes en el Zócalo de la Ciudad de México y así ganar un buen lugar de entre no sé cuántos miles de personas que se dieron cita para escuchar a McCartney gratis. Estar más de un día en un lugar tan incómodo tan sólo por un concierto, no es lo mío, ¿cómo le harán esos para ir al baño, comer, aguantarse sus olores corporales y los de los demás, producto de más de 24 horas sin bañarse, o, sentir cómo tu boca va guardando toda clase de alientos y sabores ya que no ha sido visitada por el cepillo de dientes…
Pero volviendo al tema, es curioso cómo los recuerdos parece que siempre están ahí, guardados profundamente en algún lugar de la mente, listos para saltar al primer plano cuando se les necesite, aunque en toda la vida hubiera parecido que nunca más se les solicitaría y por lo tanto ya estaban olvidados.
Sabemos que en una unidad de almacenamiento de datos de cualquier computadora o dispositivo electrónico, toda la información ocupa miles de bytes, que en algún momento llegarán al límite de almacenamiento del dispositivo en mención. No es que los bytes ocupen un espacio físico, como las cosas en un refrigerador, pero sí alteran la composición física o el sentido electromagnético u óptico del almacenador.
Otra cosa, sabemos dónde buscar ese dispositivo que guarda los datos y además, tenemos una idea de cuánto podrá guardarnos de información.
Lo anterior no pasa con nuestra mente, que la mayoría de los humanos ignoramos qué sea tal cosa. Es de suponer que si nos quitan el cerebro o éste sufre algún daño, entonces habremos perdido total o parcialmente nuestra capacidad de almacenamiento de recuerdos y hasta otras funciones vitales para el organismo.
Pero me parece que nadie sabe qué capacidad tiene nuestra mente de almacenar pensamientos. Creemos que las computadoras modernas nos superan en ese aspecto, pero a lo mejor no y quizás pasen muchos años para que una máquina nos supere o tal vez nunca, porque no se ha sabido de algún humano que haya llegado al límite de retener recuerdos o su intelecto.
Y bueno, con lo de los recuerdos, a mí también me pasó algo curioso. Hace unos 25 años más o menos, comiendo con mis papás y hermanas en un restaurant a la orilla de un río, un vendedor ambulante ofrece unos casetes, que dizque para niños.
Mis papás compran el casete, no sé si por el argumento de que era para niños o para que ya no estuviera chingando el vendedor o si acaso por lástima. Rato después y en los días subsecuentes, descubro que todas las canciones incitaban a portarse bien y a pedirle a Dios y cosas así, por lo que le digo a mi mamá: ése no es un casete para niños, es de los "aleluya", a lo que ella respondió que no le hace, que igual le gustaba a mi hermana la más chica.
Pero de todo esto ya no me acordaba hasta hace unos días, donde desayunando en compañía de mi esposa e hijos, llega una muchacha a nuestra mesa diciendo que para apoyar a no sé qué causa altruista, estaba vendiendo unos discos compactos para niños. Mi esposa, que hace lo que sea porque nuestros hijos se entretengan y no estén llorando o peleando entre sí, decidió comprar un disco.
Y ándale que minutos más tarde, al tocarlo en el carro, me doy cuenta que también era de corte medio aleluya el mentado disco. Y ahí se me vino a la mente lo que pasó hace 25 años con mis papás y mis hermanas.

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