Por el padre Miguel Ángel
Un joven invitó a Jesús y le pidió que se quedara unos días con él.
Cuando llegó le ofreció su mejor habitación y le dijo que podía disponer de
todo lo que había en ella.
Llegada la noche el joven se acostó. A eso de la medianoche oyó unos
fuertes golpes en la puerta de entrada. Bajó y se encontró con tres diablillos
que querían entrar. Luchó contra ellos y logró cerrar la puerta. No puede ser
pensó. Jesús durmiendo en mi habitación y yo luchando solito con los
diablillos. La noche siguiente más de lo mismo, pero esta vez tuvo que
enfrentarse a una docena. A la mañana siguiente el joven dijo a Jesús: "Te
he dado mi mejor habitación y no me has ayudado en mi lucha contra los demonios.
¿Cómo has podido dejarme solo? Jesús le dijo: "Tú sabes que te quiero y
que me preocupo por ti. pero cuando me
invitaste sólo me ofreciste una habitación. Soy el señor de una habitación,
pero no soy el señor de la casa". El joven le dijo" "Perdóname, Señor.
De hoy en adelante toda la casa es tuya". Aquella noche los demonios
volvieron a la carga. El joven vio a Jesús que bajaba a la puerta y cuando la
abrió allí estaba Satanás. Al ver a Jesús le dijo: "lo siento creo que me
he equivocado de dirección" y se largó. Jesús quiere tener cada día más
sitio, más tiempo, sentirse Señor, no un huésped o un intruso.
Algunas veces hemos tratado a Jesucristo como un simple huésped
porque no le damos toda la atención que se merece, sino que lo sentimos como
alguien a quien recibimos en la sagrada comunión al ir a misa el domingo, pero
luego se nos olvida y no nos volvemos a acordar de él en toda la semana.
Es peor todavía cuando lo hacemos sentir como intruso cuando ni
siquiera le abrimos la puerta de nuestro corazón por que no queramos
confesarnos ni comulgar, sino que nos contentamos con sólo ir a misa y por pura
obligación, no por verdadero agradecimiento a quien nos da todo.
Ojalá que de hoy en adelante le abrimos las puertas de nuestro
corazón y de nuestros hogares.
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