+ El poeta del alma,
Alfredo Placencia
Por Oscar
Maldonado Villalpando
Una canción imprecisa que revolotea muy
dentro. Canción que arroba, pero que no define sus acentos, canción volátil que
puede ser esta o la otra, pero muy entrañable, canción de tanto sentimiento que
puede ser de uno y puede ser de todos.
“Dieron en pocos días con la canción
secreta
de los dolores sumos y las tristezas
graves.
Es artista, dijeron los que arrancar me
oían
las serenatas dulces que el saxofón
tocaba,
cuando
en las tibias noches de Amatitán venían
a acercarse a mis puertas para ver quién
cantaba…
Es artista, se
dijo todo aquel que pasaba;
pero las pobres gentes, al decirlo,
mentían.
Las canciones aquellas que el saxofón
tocaba,
al morirse mi madre, todas terminarían.
Cerró aquella sus
ojos, se congeló su frente,
se entumieron sus huesos y se enervó su
mano.
La llamaron mis gritos desesperadamente
y al sentir el poeta que le gritaba en
vano,
vio el saxofón oscuro, vio la caña
silente
y se dijo: ¿Sin madre, para qué es el
soprano?
Y el saxofón
sumiso de la sonora boca
se me arroja a la mano que con amor lo
toca,
sin sospechar mi crimen no desconfiarme
en nada”
Canción y drama de nuestra propia vida es
vender al hermano. Canción más triste que cada uno lleva. Canción de vivir,
canción de morir.
El poeta Alfredo R. Placencia nació en
Jalostotitlán, en 1875, murió en Guadalajara en 1950.
Sus fuentes son la Biblia y los clásicos
griegos y latinos.
Las dos cosas que quiero
Señor, puedes creerme, de nada siento
gana.
De aquel mundo apretado de sueños que
traía
he venido matando hoy uno, y otro mañana
y el último otro día.
Perseguidos los pobres y muertos de ese
modo,
unos que ya corrían y otros que eran de
cuna,
Señor, puedes creerme: sin tener cosa
alguna,
de nada siento gana y esto lleno de todo.
Solamente dos
cosas déjame que te pida.
Esas cosas las quiero
una para la muerte y otra para la vida:
andar tu misma cuesta, mientras fuere
romero,
y, una vez en la cumbre, refugiarme en tu
Herida
y que en ella me escondas como buen
compañero”
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