Por el padre Miguel Ángel
Padre.miguel.angel@hotmail.com
En la ciudad de Turín, Italia, cierto día se terminaron todos los alimentos en un centro asistencial para enfermos incurables dirigido por un sacerdote santo, que no tenía ni siquiera un kilo de papas para preparar el almuerzo a los ochocientos enfermos que allí eran cuidados gratuitamente.
El santo sacerdote preguntó a sus religiosas si alguna de ellas estaba confiando en las seguridades económicas propias más que en la Divina Providencia y una de ellas le confesó que tenía guardadas una moneda de oro por si acaso algún día Dios no les ayudaba lo suficiente, entonces el santo, tirando la moneda por la ventana exclamó: “Ahora sí podemos confiar en las ayudas de Dios y no en nuestras propias seguridades”.
Un poco rato más tarde llegaron los carros del ejército, avisando que los soldados habían ido a entrenar muy lejos de la ciudad y no vendrían ese día a almorzar al cuartel y que ahí les llevaban ochenta almuerzos ya preparados para que fueran repartidos entre los enfermos.
La gran lección que nos deja este hecho histórico, es que cuando no vivimos dependiendo de las seguridades económicas de nuestra pobre prudencia humana, Dios interviene a favor de nuestro apostolado con la magnificencia y generosidad de su Providencia Divina.
Si algún día pudiéramos ir a Italia y nos acercáramos hasta la ciudad de Turín encontraremos esa casa en donde atienden un gran multitud de enfermos y pobres.
Esa casa llevar por nombre “Casa de la Divina Providencia”.
No nos olvidemos todos los días de rezar “Divina Providencia asístenos en cada momento, para que nunca nos falte fe, casa, vestido y sustento; y en la vida y en la muerte el Santísimo Sacramento”.
Hay que confiar más en Dios porque si confiamos en nuestras propias seguridades, un día nos vamos a sentir defraudados.
0 Comentarios