Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com
El mal no está hoy en que se peque más o menos que antes. El terrible mal es que la gente peca como bebe agua. Dijo Pío XII: “El mundo ha perdido la noción del pecado”.
Cuando se pierde la noción de pecado no se arrepiente la gente, no hay posibilidad de cambio ni de enmienda.
El uso de drogas prolifera cada vez más entre los jóvenes de países civilizados.
Hoy muchas jóvenes entregan sus cuerpos, sin que haya precedido el sacramento, con la indiferencia o naturalidad con que se pueda tomar un café o presenciar un partido de fútbol.
Los asaltos a bancos, los secuestros de aviones o de personajes políticos están de moda. Tanto que apenas se lee un periódico en que aparezca un nuevo acto de vandalismo en cualquier punto del globo.
Los magnicidios se están sucediendo con más iteración que en los tiempos de los bárbaros. Un día será Kennedy y meses más tarde Lutero, King y poco después se atentará contra el mismísimo Pablo VI y luego el hermano de Robert Kennedy y, más tarde contra Juan Pablo II… y a nadie le extraña que caiga el golpe de puñal o del rifle telescópico cualquier líder americano, o africano como si es asiático o europeo.
No se respetan ni la vida ni los muertos, ni las leyes humanas ni las divinas.
Se legaliza hasta el aborto.
Pío XII tenía razón al decir que el gran mal del mundo es haber perdido la noción del pecado.
Judas y San Pedro. Ambos traicionaron al Maestro. Los dos sintieron terribles remordimientos. Pero uno se salvó y el otro se ahorcó. La diferencia fue la confianza en el perdón.
Pedro recuerda las palabras de Jesús. “He pedido por ti y cuando te hayas convertido fortalece a tus hermanos”.
Luego Jesús ya me había perdonado antes de caer. Y ha pedido por mí y sigue confiando en mí, puesto que me manda ayudar a los demás discípulos.
Una oleada de amor se alza en su pecho, y rompe en amargas lágrimas en las playas de sus ojos.
Y comenzó un flujo y reflujo que el amor y arrepentimiento. Flujo y reflujo que renovaría día tras día el canto del gallo, como la luna reguladora de las mareas de su llanto.
En su cara se han abierto dos surcos de unas lágrimas cada vez más dulces que ya no tienen amargura porque se han vuelto amor.
Un eco de gallo lejano llega también a la Gehenna. Un montón de basura arde con olores fétidos en la muralla de la ciudad. Judas echa el lazo a su cuello y amoratado muere por falta de confianza en quien le llamaba amigo y le hubiera perdonado.
El remordimiento es la voz de Dios. Dios nos llama al perdón. Sus aldabonazos son los remordimientos.Se puede pecar como Judas.
- ¿Quién comete el pecado de Judas?
- El que peca de desconfianza. El que piensa que es tan negro su pecado, que no se puede perdonar. El que ve su conciencia tan negra por los pecados de toda la vida que desespera del perdón. Ese es el único pecado. Los otros se borran, pero ese ni Dios lo puede perdonar. Es pecar contra el Espíritu Santo.
Así de ingenuos somos. Nos creemos que nuestras miserias de hombre limitadas son más grandes que la misericordia infinita de Dios.
Nos hemos olvidado que ese mismo remordimiento es la prueba del perdón de Dios. “No quiero la muerte del pecador sino que se arrepienta y viva”.
¿Hay menos pudor que antes en la juventud? Puede ser. Pero Dios perdona a los jóvenes si se reconocen pecadores y confían en su perdón.
¿Hay odio y críticas en los mayores? Todo lo perdona Dios si se da la buena voluntad de reconocer nuestros errores y queremos empezar de nuevo.
¿Que nos hemos olvidado de Dios? ¿Que la religión la hemos reducido a sólo los días de Semana Santa olvidando que con Dios hay que ser buenos de día y de noche y el año entero?
No desesperemos del perdón por muy feos que nos veamos. Aunque nuestra traición sea más negra que la de Judas. Dios nos perdona al asomar la primera lágrima, al darnos el primer golpe de pecho, al caer de rodillas y decir: “Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí”.
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