Autopersonalidad


Por Gonzalo “chalo” de la Torre Hernández
chalo2008jalos@hotmail.com

Un joven imberbe a quien su papá, luego de hacerle una serie de recomendaciones, le prestó su auto para que fuese con los amigos, al regresar le dijo a su progenitor: papá, te tengo dos noticias; una buena y una mala, ¿cuál quieres primero?

El papá ante la pregunta y con una clara preocupación le responde: dime la buena. Bueno, la bolsa de aire de tu carro funciona perfectamente.

El automóvil es en la actualidad un instrumento y herramienta indispensable para el desarrollo de la vida cotidiana. Pero parece que esa dependencia del ser humano hacia los carros automotrices ha traspasado los límites de lo razonable; cada vez utilizamos ese medio con más frecuencia de lo conveniente, hasta para cosas que parecen absurdas. Eso de usar el carro para ir al súper que está a dos cuadras, para comprar únicamente unos pañales, por ejemplo, está muy cerca de lo risible.

Pero no solamente ha sido la invención de este transporte, un parteaguas entre los inventos que han cambiado el rumbo de la humanidad en cuanto a su desarrollo económico y familiar. Es todo un fenómeno social.

Seguramente ha tenido noticia, o leído o visto alguna película, acerca de la novela de Robert Louis Stevenson titulada “el extraño caso del doctor Jekill y el señor Hyde” en que se relatan todos las aventuras y desventuras del personaje principal, que por un trastorno siquiátrico, una persona posee dos personalidades opuestas entre sí. En siquiatría se utiliza el término “trastorno disociativo de la identidad”. 

Quizá la potencia del motor, o el sentir que se tiene el control da esa sensación de poder personal, para hacer sentir al conductor que es un ser superior a los demás y el trato que da a los peatones, es enteramente diferente que cuando se desplaza caminando. Al sólo girar la llave de encendido, la personalidad se transforma y la persona que momentos antes era un peatón, es ahora un ser con poder. Tal vez ese poder sea utilizado para servir, o quizá para destruir. Un conductor enojado puede convertirse en una arma mortal en casos de mala intención o simplemente falta de cuidado y de respeto a la sociedad peatonal.

Quién sabe cuál será la causa de esa transformación, pero la persona más dulce, al sentarse frente al volante, puede convertirse en una persona grosera. Veamos: las groserías salen de la boca con una facilidad pasmosa, por ejemplo, en los cruces de las calles cuando un peatón no cruza la misma con una velocidad mayor a la que quiere el conductor: le pita, le apresura y le grita ¡no tengo tu tiempo, apúrate hijo de la ch…!, o si le cede el paso (práctica no muy frecuente en estos tiempos), ya le está gritando; pásate pero en chinga buey, que llevo prisa.

¡Ah! Y las famosas mentadas de cinco notas ampliamente conocidas. Los recordatorios maternales son el pan nuestro de cada día si el carro de adelante se detiene un poco, a veces para recoger algún enfermo o discapacitado, ya están a pite y pite, como si el claxon fuese un acelerador de control remoto, o algo parecido. Total es un renegadero sin fin.

Pero, ¿cuál es la prisa, Acelerino? A todos lados queremos llegar pronto. Y cada vez fabrican automóviles más veloces. Pero… ¿nuestro criterio crecerá al mismo ritmo de la tecnología de la velocidad? Creo que no.

Recuerde que cada vez que implementan dispositivos automotrices para aumentar las velocidades, también aumentan las posibilidades de un accidente con todo y sus consecuencias. El riesgo es directamente proporcional. Recuerde que la principal causa de accidentes es el exceso de velocidad. Cierto, tampoco hay que ser un pachorrudo, pues entorpece la circulación fluida, pero ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.

Mire, mientras más se usa el auto, se consume más gasolina y por lo tanto el presupuesto familiar disminuye seriamente por esta causa; la contaminación ambiental está fuera de toda duda, los recursos energéticos bajan sus reservas.

El automóvil también le priva de apreciar un ch…orro de cosas hermosas que nos rodean cada día, por ejemplo: un amanecer o atardecer no lo puede disfrutar, pues su atención debe aplicarse al conducir. Si es pasajero, la velocidad le impide notar cientos de pequeños detalles que hacen la belleza de nuestro entorno. En cambio el caminar, aparte de ser una práctica muy recomendable, tiene múltiples beneficios, tanto para su economía, como para su bienestar. 

Caminar es muy barato, no gasta gasolina, no contamina, hace ejercicio, disfruta del paisaje y de la agradable conversación con los amigos al encontrarse en su camino, aprecia los detalles que desde el auto no puede, etc., etc.

Aparte, si va al centro a misa o a lo que vaya, no tiene que andar buscando esos escasos lugares para estacionarse, no anda preocupado si no recuerda bien si cerró el carro o quizá se quedó abierto (la duda es estresante); tal vez algún resentido social se desquita de la sociedad, haciendo un rayón de lado a lado a su carro, etc. Imagínese usted cuántos inconvenientes más hay por usar demasiado el carro.

Desde luego esto no es en contra del automóvil, bendito invento; es a favor de una mejor convivencia y tranquilidad personal, si tenemos presente, siempre que vamos a conducir, que también somos peatones.

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