De los tiempos de la Cristera



En San Diego de Alejandría

Por Oscar Maldonado Villalpando

¡Por su fe, a las armas toda la familia! 

Como un ópalo precioso es cada vida. Como las bolitas blancas del Barrio de Arriba en el Pozo del Gobierno, las mil bolitas que por aquellos años abundaban y suscitaban la curiosidad de los niños, el misterio de qué tenían dentro, eran formaciones de color distinto, en proceso, así la vida de esta gente, bajo las capas de su pobreza, hay algo muy valioso que ha sido su fe.

La familia Ramírez López es de San Diego de Alejandría, de la hacienda de Huaracha, y cuando llegó la Cristera todos se fueron a la guerra por la fe. Los libros dicen, los libros cuentan pero ellos son la misma Cristera en estas tierras. Aunque suene feo las haciendas fueron sacudidas, sino es que exterminadas por los caudillos desde 1910; Jalpa, San José del Comedero y Huaracha entraron en ese torbellino. A Huaracha se llega por el camino del puente viejo, puente de piedra rústica e indestructible. Todavía por 1920 había vida y ahí luchaba la familia de don Apolinar Ramírez, el Tío Polín, y Lazara Cruz, su esposa; una familia hermosa como las cañas de la milpa en el tiempo de aguas, como los jilotes que asoman su dorada cabellera y prometen ensueños de felicidad. ¡Qué felices eran todos amando está tierra casi a la falda del cerro del Chapín!, una mesa algo irregular que domina el entorno. Es una esfinge amada por los habitantes del rumbo, es la orientación, la referencia, el rumbo que dialoga con el cerro del Tolimán que se adentra en Jalisco, al poniente del pueblo, y el cerro del Palenque, al oriente, que es la trinchera con Guanajuato; al norte están las mesitas de Unión de San Antonio y más allá la Mesa Redonda de Lagos de Moreno.

 La majada de los Ramírez Cruz está en el corredor entre San Diego de Alejandría y Jalpa de Cánovas o sea entre este rincón de Jalisco y Guanajuato, los Altos y el Bajío. Avanzando desde la hacienda de San Isidro en las afueras de San Diego, se sale por las Calles de Abajo “encharcadas de misterios” tupidas de historias y vivencias, sigue el callejón de los vallados, entonces llenos de extensas aguas, como un milagro, florido de camalote y el rosa, que le llaman moco de cócono, los fresnos formando ese cordón esmeralda de uno a otro lado del pueblo. La Peñita está a la derecha en lo alto. En esta dirección vienen todos esos ranchos de Santa María, El Vergel, más allá quedan las Arenillas, el nidal del pueblo, donde vivían los indios.  A la vera del camino estaba la casa grande de Huaracha, cuyas ruinas se resistían a caer hasta hace unos 5 años. El dueño era don Alberto Villanueva y su esposa Carmelita, tuvieron dos hijos, Cuco y Nena. El Tío Polín, fue por muchos años, administrador en la hacienda.

Sigan la bandera, no desmaye nadie…

Los tiempos eran difíciles, el gobierno quería mandar a los sacerdotes, en el rumbo algunos fueron expulsados, antes de 1920, el Señor Cura Marcos Rivera Ledezma con sede en San Diego era encargado de varias comunidades, el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez era exiliado. La familia del Tío Polín y las demás familias de este corredor, además de su pasión por la tierra y por la milpa, amaban su religión, eran fieles y devotos. La misa mayor cada domingo los llenaba de entusiasmo por sentirse amados de Dios, estaban dispuestos obedecer a la Santa Madre Iglesia. Era atronadora la proclamación desde el bello púlpito de madera: “Creo en Dios Padre… espero en Dios Padre… amo a Dios Padre… Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal”

 Los años avanzaban. Por 1920 llegó el P. Antonio García Uribe, gran líder promotor de juventudes, murió en 1924, un luto general en el pueblo, fue sepultado en el Santuario de la Virgen de Guadalupe, antes también ahí fue sepultado otro sacerdote muy querido, el Padre Donaciano Larios, el que hizo este templo a finales del siglo XIX. Las personas eran conscientes del momento delicado que se vivía en 1926.

 Es cuando entra en vigor la ley Calles y los Obispos ordenan el cierre de los templos, se levanta la persecución, el pueblo entero siente el llamado. Se inflaman los corazones.

Tío Polín se casó en los albores del siglo XX con Lazara Cruz, como se ha dicho,  sus hijos fueron Roque, Chayo, Evodio, Simeón y Jorge. Cuando sonó el clarín para luchar por la más hermosa de las libertades, la de creer, las familias se dieron de alta, así lo hizo Polín y sus valientes hijos. 5 verdaderos campeones hábiles jinetes, buenos tiradores, hombres de lucha, de sacrificio. El mayor, Roque, ya tenía su familia propia se había casado con Juana López Ontiveros. Ellos, con alma, vida y corazón, estaban por escribir una página gloriosa; a uno de ellos le iba a costar la vida en combate. Para todos, si es que sobrevivían, el mundo sería distinto.

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