¿Nos conocemos de verdad?


Por Oscar Maldonado Villalpando

Los sentimientos 
¿Son buenos y malos?
¿Quién tiene la culpa el esposo, la mamá o los hijos: el sujeto o los demás?
¿Es verdad que los demás me hacen enojar?
Iluminadora conferencia taller.
  
La configuración de la persona

Este 9 de julio de 2015, El Sr. Cura Ricardo Roqueñi Carruché coordinó este tema y taller sobre la conducta. Se trata de tomar la propia vida en las manos, bajar a las raíces del ser, pero yendo hasta las bases del ser humano: Descubrir el niño interior. Este es el ensayo de un pequeño taller que sugiere un curso más extenso y cuidadoso.

Se busca descubrir la realidad natural, ¿De qué estamos hechos, que bulle en el interior, qué influencias interactúan en el corazón.

Primero el Padre Roqueñí, trajo a colación realidades surgidas del Evangelio que dan valor y muestran el respaldo del Señor Jesús y el plan de Dios sobre toda persona..

Identidad cristiana

Es la identidad como discípulo la que identifica, sostiene, fortalece y trasparenta la toda la vida del cristiano, de la persona.

En nuestra vida Dios es quien ha tomado la iniciativa al darnos la vocación. Eso lo debemos valorarnos como hijos de Dios. Debemos sentirnos así con el Señor Jesús, en confiable intimidad. Él está con nosotros. Y nos llama a actuar en su nombre cuando dice: “Hagan esto en conmemoración mía” Él es quien nos envía, por eso dice no temas, yo estaré contigo

Manejo de los sentimientos

¿Qué son?

¿Qué son los sentimientos, son buenos o malos? Los sentimientos no tienen connotación moral. No son ni buenos ni malos. Son reacciones interiores de las personas. Son compañeros de nuestra vida, que nos ayudan a conocernos. Aparecen y desaparecen sin pedir permiso. Son sinónimos de las emociones, solo que estas son más duraderas, los sentimientos más cortos.

El Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, expresa sus sentimientos.

Se estremeció de alegría. Mt. 11, 25-27. Siento compasión de esta gente. Sintió angustia en el huerto. Se conmovió hasta el alma, Jesús lloró a la muerte de Lázaro. Se molestó y reprendió a los   apóstoles diciéndoles que dejaran que los niños se acercaran a Él. Expresó con desilusión esperanzadora: ¡Jerusalén, Jerusalén!

Nuestra actitud debe ser aquella que dice: Habla, Señor, que tu siervo escucha. La apertura.

Todo ser humano necesita expresar lo que piensa, lo que siente de una forma clara, adecuada y directa en su relación intrapersonal, interpersonal e institucional con responsabilidad, respeto y caridad pastoral.

Una de las fuentes de los conflictos entre las personas es una inadecuada forma de comunicación. Una forma de comunicarse es mediante el diálogo, que consiste en la expresión de los sentimientos.

Los demás no son la causa de nuestros sentimientos.

No se vale culpabilizar a los demás. (Tú me haces enojar) Cada quien se enoja por su propia cuenta y riesgo. No se vale insultar ni hacer juicios de los demás. No es ético ni justo que lo que se comparte de corazón hacerlo público. Hay reserva. Los demás despiertan algo en mí que estoy sintiendo; pero en realidad, son solo reacciones interiores me dependen de mí.

¿Por qué escondemos los sentimientos?

Aprendemos desde pequeños a reprimir los sentimientos. Cada sentimiento o emoción nos enseñan algo de nuestro interior. Qué necesidades tenemos, que cosas me preocupan más, qué dificultades tenemos. Por ello es importante conocerlos, contactarlos y expresarlos. Es preciso superar esa falsa creencia de que son malos o buenos.

Sentimientos centrales.

En realidad ellos son regalos porque cuentan con dones para responder a ellos. Así al enojo corresponde la fortaleza, el valor, autoridad. Al miedo corresponde la protección y la confianza. Al dolor, crecimiento, paz. Para la culpa está la responsabilidad. Ante la vergüenza esta la seguridad. Con la alegría, viene el agradecimiento, la gratitud.

La alegría y el dolor en la vida vienen juntos. Debemos asumir actitud de aceptación, integración y ofrenda.

Nuestra inteligencia puede aprender a reconocer y a manejar los sentimientos.

Algunos sentimientos producen un impulso muy fuerte. La alegría impulsa a cantar, a abrazar los que queremos. El coraje lleva a ofender. La tristeza impulsa a no convivir. El miedo lleva a no reconciliarnos.

Con la inteligencia podemos dirigir los sentimientos y sus impulsos, con la voluntad ayudada de los valores: Amar, perdonar, servir, comprender. Es de gran madurez manejar y expresar los sentimientos, pues ellos no toman las decisiones, para que no nos lleven con sus impulsos. Se puede regular la intensidad de los sentimientos como el calor de una fogata.

Lo más importante de este tema es la práctica, en el mismo momento, pasar a hablar de los recuerdos y sentimientos perdidos en nuestro pasado, como buscando la causa de nuestro modo de ser y reaccionar. Expresar a un compañero nuestros sentimientos. Saber decir las cosas apropiadamente. No romper, sino dialogar a partir de lo que yo siento. No empezar calificando al otro. Sino lo que yo siento, lo que nace de mí en esta o aquella circunstancia o persona.

Tenemos pues buena tarea de conocer nuestros sentimientos porque eso nos lleva a conocernos a nosotros mismos. A crecer en madurez, a ser mejores personas, a ser en plenitud.

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