Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com
El Padre Clemente María, misionero redentorista en Austria, fue una máquina de actividades pastorales.
El amor de Cristo lo empujaba siempre hacia adelante. Tenía un temperamento colérico que se esforzaba en dominar. Había fundado un orfanato para niños abandonados que a duras penas se sostenía.
Un día el padre Clemente se vio obligado a pedir para sus protegidos. Pasó delante de una taberna y vio algunos hombres jugando y bebiendo. ¨Aquí va a ser abundante la limosna¨, pensó Clemente: - ¡Buenas tardes, amigos! ¿Pueden darme una limosna para los huérfanos de San Benito?
A uno de los hombres no le gustó que le interrumpieran el juego. Se levantó con brusquedad, se acercó al padre y le escupió en la cara mientras decía burlándose: Tome su limosna. El santo se controló con esfuerzo. Sacó el pañuelo del bolsillo, se secó despacio la cara y le dijo con toda humildad: Esto fue para mí. Ahora, déme una limosna para mis huérfanos.
El gesto inesperado e inspirado de Clemente desarmó la valentía de aquellos hombres rudos. El santo había adivinado: La limosna fue abundante aquel día.
Si el padre Clemente hubiera reaccionado con furia y venganza, sabrá Dios lo que hubiera sucedido en aquella taberna en medio de los bravucones que se divertían entre el juego y el alcohol. Pero si duda se acordó de la palabras de Jesucristo “Si te golpean en una mejilla, preséntales la otra”
Tenemos que aprender a perdonar y ser humildes porque la venganza trae más venganza.
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