Mi madre vive sola. Hace ocho años que mi padre murió. Ella no puede salir sola, excepto a dar caminatas cortas. Tiene muchas dificultades con su memoria corta. Las conversaciones se limitan a unos cuantos comentarios repetidos.
Sin embargo, mi madre me dijo algo profundo: «El otro día estaba pensando en mis problemas y decidí que no tengo nada de qué quejarme. Dios me está cuidando y tengo gente que me ayuda. Mi único problema es que no puedo acordarme de nada, y tengo muchos lápices y papel para escribirlo todo.»
El apóstol Pablo luchaba con lo que él llamaba “un aguijón en la carne”. Pero descubrió que en su debilidad, Él experimentaba “el poder de Cristo”. Dijo: “Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo”
Todos tenemos luchas. Éstas se pueden relacionar con la edad, las finanzas, las relaciones o miles de otras dificultades. Pero si de verdad disponemos nuestro corazón a confiar en Dios, y si permanecemos agradecidos incluso en medio de nuestros problemas, es más probable que reconozcamos que “no tenemos nada de qué quejarnos”. ¿Qué tienes que hacer tú, hoy, para salvarte? Creer también en Jesús y aceptarlo como tu salvador y poner tu vida en sus manos y abrir tu corazón a tu bondad.
Tener plena confianza en que Dios siempre nos cuida, es lo que no hace falta muchas veces, pues andamos quejándonos hasta de las cosas más insignificantes, que hace frío, que hace calor, que está lloviendo y muchas cosas más.
Cuando confiamos verdaderamente en Dios, vivimos muchos más felices y hacemos felices a los demás, llenando nuestra vida de optimismo.
En cambio quejándonos nos amargamos y contagiamos a las demás personas de amargura.
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