El granito de arroz



Había una vez un mendigo llamado Nicolás, que vivía en una cabaña fuera de la ciudad, pero solía quedarse a la orilla del camino para ganarse el pan. Un día vio que se acercaba un cortejo. Era el rey con toda su pompa oriental, sentado en su carroza, precedido de un séquito vistoso. 

Nicolás se dijo para sus adentros: “Hoy va a ser abundante la limosna”, se acercó a la carroza pero antes de que él extendiera la mano ya había bajado el rey y se le había adelantado para decirle: “Dame una limosna por el amor de Dios”. Nicolás se quedó atónito y desconcertado, lo mismo que todos los demás. ¿Dónde se había visto que el rey pidiera limosna a un mendigo? ¿Qué le podía dar un pobre al rey?

Pero el rey seguía con la mano extendida, el mendigo metió la mano en la bolsa de las limosnas, sacó un grano de arroz y lo puso en la mano del rey. Este le dio las gracias, subió a la carroza y siguió su camino. 

Ya por la noche, Nicolás en su cabaña vació encima de la mesa el contenido de la bolsa, en medio de las monedas, de las habichuelas, de la harina y de otros donativos, brilló una semillita, era un grano de arroz que se había transformado en una pepita de oro, tan brillante que iluminaba la oscura cabaña.

Nicolás se dio con la mano en la cabeza arrepentido de su mezquindad. ¿Por qué no le dio todo el arroz? ¿Por qué no le dio todo lo que tenía? Pero ya era demasiado tarde.

Ese granito de arroz nos recuerda todas las oportunidades que se nos presentan para que ayudemos a los necesitados.

Dios nos presenta en distintas circunstancias y nos recuerda que si lo socorremos, Él nos premiará abundantemente.

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