Un periódico alemán traía esta noticia en los titulares: “Millonario muere de tanto trabajar”.
Se trataba de un hombre de negocios que pasó de carnicero a dueño de fábricas. No conocía el descanso y, por fin, murió de repente. Para economizar, no fumaba ni bebía. Trabajaba sin descanso; se levantaba todos los días a las cinco y nunca volvía del trabajo antes de las ocho de la noche.
Días de fiesta o descanso eran palabras desconocidas en su vocabulario. Trabajo y negocio eran su mundo, día y noche, noche y día.
Solamente la renta de sus fábricas de jamón, y de dos empresas afines, era de varios millones de marcos. Así no hay organismo que resista.
El millonario murió de un cuarto ataque al corazón, de un infarto, cuando conducía su Mercedes azul.
Murió de tanto trabajar; murió víctima de la codicia.
Su esposa y su único hijo heredaron un palacete suntuoso, quince millones de marcos y dos perros de raza, la única distracción del millonario.
Qué triste es cuando las personas se llenan de ambición y descuidan el descanso tan necesario para todos.
El millonario de esta historia desconocía lo que es un “día de fiesta”. Quiere decir que para él no había domingos.
Dios nuestro Señor nos pide que descansemos los domingos y los dediquemos a la Santa Misa y a la familia.
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