Página Siete

Medios
Por Ramón Muñoz de Loza
Presiento que algunos colegas van a caer en la tentación de meterse, sin necesidad, en una nueva discusión de quién tiene la razón y qué medio de comunicación es más fregón.Nada tan estéril puede haber en nuestros días que una discusión de tal medida. Sobre todo cuando, por un lado, hay temas sumamente más importantes y trascendentes para la sociedad y, por el otro, lo único que hacemos los reporteros, editores, colaboradores y anexos que participamos en los medios de comunicación, cuando nos metemos a la discusión de quién tiene más peso y quién tiene más verdad, pues caemos en el error de olvidarnos de nuestro principal propósito, que es el de informar, generar opinión y llamar a la conciencia pública.Si hay muchos medios o no, es un tema que no nos toca a los propios medios medir.Si hay quién recibe dinero o no a cambio de favores políticos difundidos en la prensa, pues ése es un tema mucho muy trillado.Si hay intereses en la gente que participamos en los medios de comunicación, pues también es un asunto ya tratado, aunque lamentablemente no superado.Como parte de nuestra sociedad, los reporteros, periodistas, editores y más personas que aparecemos en los medios, pues tenemos intereses. Claro que hay un interés en una profesión o en un oficio. Igual interés que tiene aquél que es profesor, aquél que es comerciante, que es avicultor. Todos hacemos un trabajo, ejercemos una profesión por interés, primero personal, luego económico, luego social. Nada tiene de extraño que los periodistas tengan intereses. Los demás oficios también los tienen. ¿En qué radica la diferencia o el problema?, bueno, en que esos intereses sean auténticos, legítimos y además, legales.Es tan preocupante que un periodista se "venda", como también lo es cuando un abogado tuerce la ley. Es alarmante de igual manera que un comerciante cometa fraude con las básculas de su tienda y que un profesor sea mediocre en el aula. Todo eso es preocupante. Lo ideal sería que cada quien, cada uno en su profesión o su oficio, hiciera lo más que puede y de la mejor manera. Lo ideal sería tener entre la sociedad, gente capaz, honrada, comprometida, leal, sincera, solidaria. Eso es lo ideal, pero a veces no es posible. Lo que nos queda entonces es buscar de lo deseable, lo posible.Creo que hay actores políticos que le están apostando por meter ruidos en los procesos de comunicación que intentamos hacer los que a esto nos dedicamos y el auditorio, el lector o el radioescucha. Creo, también, que algunos compañeros o colegas se están yendo con la finta, de agarrar como bandera un tema que no tiene importancia.El mercado de los lectores, los televidentes y los radioescuchas es tan amplio que resulta estéril pelearnos entre los periodistas por ver quién pesa más.Hay una frase de Manuel Buendía, o de algún otro gran maestro del periodismo en nuestro país, no lo sé, no lo recuerdo con precisión, que advierte cuando tenemos un gran tema por difundir: "no me lo platiques, escríbelo". Parafraseando al autor de esa frase, pues no nos queda a los periodistas, los de Tepa, los alteños, los jaliscienses, los mexicanos, mas que un solo camino: no digas que eres el mejor periodista (o medio de comunicación), ¡Demuéstralo!.En el ejercicio cotidiano de nuestra actividad, ahí podremos encontrar la respuesta a nuestras dudas de quién es el mejor periodista, quién la mejor publicación o medio de comunicación.Hablar entre doctores de quién es el mejor cirujano, es un absurdo. Hablar entre arquitectos de quién construye la mejor fachada, también lo es. ¿Por qué empecinarnos en abundar en un tema que ya está superado?Que vengan las publicaciones y los medios de comunicación que puedan aparecer. Que viva la competencia y que viva la libertad de expresión. Cada quien pelea por posicionar su profesión o su actividad económica. El semanario 7 días está dejando huella en la región de Los Altos marcando el paso en cuanto a los temas periodísticos. Si es el mejor o no, pues eso lo determina el lector, el que compra el ejemplar o quien nos busca para anunciarse.Nadie vende leche amarga. Y yo no puedo vituperar con que soy el mejor periodista, el más digno y el más influyente. Eso es un absurdo. Mejor presentemos trabajos periodísticos de más calidad, de más contenido, de mayor trabajo en cuanto a los géneros del oficio. Eso es lo que nos debe preocupar. Calidad, sobre cantidad, es el dilema; aunque la cantidad no nos afecta en este ejercicio de libertades. Y si el público los consume y los empresarios los patrocinan, pues adelante y ¡Bienvenida la competencia!

El santo del acordeón

Por Miguel Ángel Pérez Magaña

Hace pocos días una multitud de mexicanos ha tenido la dicha de ir a Roma para estar presentes en la ceremonia en que se declaró santo al Obispo Rafael Guízar y Valencia.En la historia de su vida se narra que cuando lo iban a fusilar pidió como última gracia algo de comer. Le dieron una torta y al terminar pidió otra. El oficial le preguntó por qué tenía tanta hambre. El señor Guízar le dijo que era músico, pero que había tenido que vender su instrumento. Fueron a una cercana casa de música, se robaron un acordeón y lo pusieron a tocar, lo cual don Rafael hacía de maravilla, con lo que los soldados quedaron encantados. Se lo llevaron a una francachela que terminó al amanecer y todavía le regalaron 25 pesos.Cuando se dieron cuenta de que habían sido burlados lo buscaron, pero lo confundieron con un italiano más o menos con su filiación, asesinando a éste, creyendo, muy contentos, que habían matado al señor Rafael Guízar.Rafael nació en Cotija, diócesis de Zamora, el 26 de abril de 1878, en la calle de Colón, 4 y fue bautizado al día siguiente en la parroquia nueva. Era el séptimo de once hermanos, siete mujeres y cuatro hombres.Su infancia transcurrió en aquella casa campirana, llena de trabajo, de actividad y de música, pues todos tañían algún instrumento. Rafael, desde muy pequeño, sabía silbar a dos voces, lo cual era todo un espectáculo. Su madre enseñó a todos sus hijos a amar a los pobres; además miraban el ejemplo del papá, que siempre se informaba con el médico quienes eran los más necesitados, para ayudarlos.Un día, de improviso, sintió el llamado de Dios ante una pequeña imagen de la Virgen.Una vez de acuerdo, Rafael pidió la bendición a su padre y se marchó al Seminario Mayor de Zamora, dotado con un excelente plan de estudios y doce catedráticos.Formó una orquesta y organizó un coro, componiendo alguna música para las solemnidades mayores. Promovió entre sus compañeros la comunión diaria -el reglamento la exigía cada mes- y la práctica de los Viernes Primeros.Por fin, en el templo de San Francisco en Zamora, el 1 de junio de 1901, se ordenó sacerdote a los veintitrés años de edad.En 1904 aprovechó sus vacaciones para ir a misionar a Tierra Caliente. Comenzando en Peribán, luego Tancítaro, en seguida Apatzingán, después Coalcomán y algunos otros pueblos. En todas partes, excepto en la última, encontraron odios, rencores, maledicencias, malas formas de vivir, pero al cabo de cinco o diez días lograban el padre Guízar y los sacerdotes que lo acompañaban que las comunidades confesaran, comulgaran y quedaran convencidas de mejorar su forma de vivir.Se fue al estado de Morelos y anduvo más de dos años entre los soldados zapatistas amparándolos espiritualmente, primero disfrazado de vendedor de baratijas y luego de médico homeópata. Hasta el propio Zapata le decía "doctor". Llegó el día, luego de que lo hirieron en una pierna, en que nadie creyó en sus disfraces y lo llevaron al paredón. Ahí, como última voluntad, pidió que lo dejaran regalar su reloj y cadena de oro que tiró lo más lejos que pudo. Mientras los fusiladores fueron a disputarse el botín, don Rafael se escapó.El Papa Benedicto XV había designado a Rafael Guízar y Valencia obispo de la diócesis de Veracruz, México.Fue preconizado el 1 de agosto de 1919 y consagrado en La Habana por el mismo delegado apostólico en la iglesia carmelitana de San Felipe Neri, el 30 de noviembre, en medio de una verdadera multitud.Durante los dieciocho años que fue obispo de Veracruz; recorrió tres veces su sede entera: sierra, costa y altiplanicie. De norte a sur. De montaña a mar. No obstante, sólo ocho años pudo vivir en Veracruz, pues dos largos destierros lo apartaron de ahí.Desde que en 1936 el Lic. Miguel Alemán Valdés se hizo cargo de la magistratura del estado de Veracruz, las cosas cambiaron de tono con gran alegría de monseñor Guízar y Valencia. Se reabrieron los templos, regresaron sus sacerdotes, las campanas tañeron con júbilo, el culto se reanudó y todo se facilitó para el señor Guízar.Tantos años de enfermedad, trabajos sin fin, persecuciones innumerables, destierros, sustos sin cuento frente al paredón, eso y mucho y más, por un lado. Por el otro, su eterno misionar, dar cuanto tenía, predicar, cuidados hacia sus seminarios, atención a los niños y a los pobres, confesiones por largas horas, viajes constantes y labores extra cotidianas para estar en continua ayuda y contacto con el pueblo de Dios, hicieron su efecto.El 6 de junio de 1938, a las 12:10 de la tarde, luego de haber dicho su misa en su habitación y de que su hermano Antonio le reimpusiera el escapulario de la Virgen de El Carmen, mientras le administraba la unción de enfermos, don Rafael entregó serenamente su alma al Señor. Todos decían: "ha muerto un santo".Doce años después de su entierro, con objeto de trasladar sus restos a la capilla de Santa Teodora de la catedral de Jalapa, donde ya reposaban los de sus antecesores, fue exhumado su cadáver, que estaba incorrupto.Naturalmente que esto fue motivo de gran júbilo y veneración, no sólo del pueblo veracruzano sino nacional, lo que retrasó varios días su reinhumación, que se realizó el 7 de junio de 1950.Su causa de beatificación que se inició el 4 de abril de 1974 ha tenido una feliz conclusión después de 32 años, gracias a Dios.

Epigrama

Por Luis Gutiérrez Medrano

Desde Vallarta vigilo mi gabinete

Exijo a mi gabinete

sobre todo a Güicho y Lupe,

nada de pachanga y chupe,

prohibido ponerse cuete.


A José, Memo y Mariano

les voy a recomendar

que se levanten temprano

y a tupirle a trabajar.


Y aunque ausente he de advertir

que si optan por el relajo

en vez de hacer su trabajo

los tendré que sustituir.


Hete aquí, que no hay opciones,

¡A trabajar, mis...!

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