En reversa mami, en reversa...

+ Y se murió... bueno, medio se murió
+ Y que llega el Dr. Carmelo al Seguro

Por Fabiola González Ontiveros

Les cuento que el martes pasado, bueno, en realidad desde el lunes, mi mamá me advirtió que tendría que llevar a mi abuelita al Seguro Social para su cita de cada mes, y como es pensionada también tenía que firmar para estar seguros de que sigue viva.

La mañana del martes mi madre iba a ir a una junta de quién sabe qué madres en la primaria de mi sobrina Marianita, así que me dejó encargado que arreglara un poco la casa, que alistara a mi sobrina y a mi abuela y que me arreglara yo porque la iba a acompañar… o más bien para ayudarla, porque de compañía para qué...

Total, hice lo que me pidió (¿me pidió? ¡ja!, me ordenó que es otra cosa) y se llegó la hora… La cita era a las 11 de la mañana pero nosotras salimos desde las 10:30 porque había que estar ahí antes de la hora y porque mi abuelita no puede caminar mucho debido a un problema en su cadera, entonces podría tardar un poco el hecho de bajarla del carro y que llegara hasta el consultorio.

De por sí que mi mamá siempre se pone de malas cuando se trata de ir al Seguro, y cuando llegamos no había estacionamiento… para variar, había uno pero un bestia en lugar de estacionarse como debiera estaba en doble fila, eliminando así por completo cualquier posibilidad de ocupar ese lugar, así que mi mamá se empezó a poner histérica, se empezó a poner de mal humor pues, y cuando esto pasa Hulk es amable comparado con Ella.

Necesitábamos un lugar casi en la puerta del establecimiento para no hacer batallar a mi abuelita, y adentro del carro el aire se podía cortar con unas tijeras. Porque cuando doña mamá está enojada mejor hay que quedarse callado, lo único que medio se escuchaba era la música.

Había dos lugares libres, pero eran exclusivos para los empleados y ni modo, dijo que se iba a quedar ahí en lo que ayudábamos a bajar a mi abuela, y en lo que yo ayudaba a llevarla dentro ella intentaría estacionarse en otro lugar.

Apagó el carro y cuando intentó sacar la llave… ¡nada! estaba como atorada. ¡Uuuy! ojalá y no hubiera pasado eso nunca, la jefa de por sí ya estaba nerviosa y con esto se empezó a endemoniar en serio, dijo un montón de cosas y le dio un golpe al volante, creía -dijo- que ya sólo faltaba que la orinara un perro. Y yo sólo esperaba que le empezara a girar la cabeza como a Regan en El Exorcista... Me hice chiquita y me bajé del carro y ayudé a mi abuela a hacer lo mismo, saqué su andadera y ninguna de las dos dijimos ni media palabra, no fuera a enojar más a mi mamá.

Siguió intentando hacer funcionar el carro, pero ni salía la llave ni encendía. Nada, estaba muerto.

Por suerte a una o dos cuadras de ahí se encuentra el taller mecánico de un amigo de la familia que se llama Carmelo, así que aunque ya iba yo con mi abuela recorriendo poco a poco el camino, ella dijo: "A ver Fabiola, tú llévate a tu abuelita, ella sabe dónde es. Tú Mariana quédate aquí en el carro y espérame, y yo… yo… yo voy con Carmelo".

Sólo una vez había yo medio entrado a ese lugar pero no había llegado lejos lejos de la puerta, así que no sabía ni a dónde dirigirme, pero mi abuelita que ya tiene experiencia -porque casi vive en el Seguro- me fue guiando, a su paso, despacito por los pasillos hasta llegar a la sala de espera de su consultorio. El pasillo es una cosa chiquitita, apenas alcanza para una persona sentada y otra de pie. Mmm... esto está muy mal –pensé.

Me dijo que llevara su tarjeta con la… pues no sé qué es, enfermera, secretaria, trabajadora social, señora, señorita, doña, sabe...

Y yo muy obediente llevé su tarjeta. ¿Y la señora...? no había nadie en su lugar, estaba la silla vacía y la computadora prendida, pero buenas noches con la señora. Otras personas que estaban esperando me dijeron que era su hora de desayunar. Faltaban 15 minutos para las 11 y un señor muy amable le trajo una silla a mi abuelita para que, aunque había lugar, estuviera lo más cerca posible cuando le tocara.

Marqué al celular de mi mamá quien ya más tranquila me dijo: "Ya voy, ya voy… estoy entrando".

No habían pasado ni dos minutos cuando entró sonriéndome... ¡Qué cambio!, al menos ya no estaba mula y me empezó a contar:

- ¡Ay no Fabiola!, hubieras visto... estaba que se me caía la cara de vergüenza. Pues me fui con Carmelo, y llegando yo y llegando él también apenas, y le empecé a decir que por favor me ayudara porque el carro se había muerto y estaba mal estacionado, que había dejado a Mariana ahí sola en el carro y que por favor fuera".

A él se le hizo raro que ni siquiera quisiera salir la llave y le preguntó a mi mamá que si había dejado la palanca en la P de “Paradito” y ella le juró y perjuró que sí. Le preguntó que si se había quedado así muerto, totalmente muerto, y ella le dijo que sí. Aunque ya se le estaba empezando a aclarar la cabeza y le dijo que bueno, que estaba muerto pero no tanto, porque se había quedado la música prendida.

En fin, ahí va Carmelo a ver el carro. Y cuando llegaron al lugar donde estaba éste lo prendió inmediatamente, y al preguntarle mi mamá qué tenía le contestó: "Pues es que estaba en reversa".

Me burlé de ella hasta que me cansé. Y no fue porque no sepa manejar, sino porque se pone tan nerviosa que se bloquea, como creo que nos ha pasado a muchos, y le dije como muchas otras veces que se tiene que tranquilizar.

Eran como las 11:20 cuando por fin llegó la señora a la que había que darle las tarjetas y mi abuelita vino pasando como hasta las 12. Yo por suerte traía a mi amiguísimo fiel el iPod y con eso me entretuve.

Al fin nos fuimos del lugar y al contarle a mi hermana la clon Gabriela lo del carro también se burló mucho. Aunque fue una mañana bastante larga por estar ahí esperando, me reí mucho.

No es mi madre una ama de casa desesperada, es muy buena, sólo que es muy nerviosa y se pone como loca, y lo más cañón es que creo que le heredamos eso pero elevado a la quinta potencia mis hermanos y yo.

Bueno, dicen que de músico, poeta y loco, todos tenemos un poco… Gajes del oficio.

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2 Comentarios

  1. Ay! Mi madre, cómo la quiero.

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  2. Jajajaja! Recuerdo una vez que un amigo recién había aprendido a manejar y siempre encendía el auto con la palanca en reversa... A la fecha me sigo burlando de él.

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