Por el padre Miguel Ángel
Cruzando el desierto, un viajero vio un árabe sentado al pie de una
palmera. A poca distancia reposaban sus caballos pesadamente cargados con
objetos de valor.
Se aproximó muy preocupado. ¿Puedo ayudarle en algo?"
¡Ay! respondió el árabe con tristeza, estoy muy afligido porque
acabo de perder la más preciosa de las joyas.
¿Qué joya era esa? preguntó el viajero.
Era una joya -le respondió su interlocutor- como no volverá a
hacerse otra. Estaba tallada en un pedazo de piedra de la Vida y había sido
hecha en el taller del tiempo. La adornaban veinticuatro brillantes alrededor
de los cuales se agrupaban sesenta más pequeños. Ya veis como tengo razón al
decir que joya igual no podrá producirse jamás.
A fe mía -dijo el viajero- vuestra joya debía ser preciosa. ¿Pero no
creéis que con mucho dinero pueda hacerse otra análoga?.
La joya perdida -respondió el árabe, volviendo a quedar pensativo-,
era un día: y un día que se pierde no vuelve a encontrarse jamás.
Esta es una gran verdad. No dejes que se pierda una hora en tu vida
que podría ser muy productiva. Horas diarias pasadas frente a un televisor, o
simplemente platicando con amigos sin que sean realmente productivas, es una
joya perdida. Hoy invirtamos el mejor tiempo, primero con Dios, luego con la
familia y en tercer lugar creciendo como personas.
Al finalizar un año y comenzar el nuevo se nos presenta la
oportunidad para pedir perdón por los días y las horas que hayamos perdido sin
buscar a Dios, sin convivir con la familia y sin crecer como personas.
También es una muy buena
oportunidad para que en el siguiente año sepamos aprovechar mejor el tiempo.
Hay personas que son muy inteligentes y saben dedicar su tiempo en
primer lugar a lo que es más importante y después van dedicándose a otras
actividades mis secundarias y hasta les queda tiempo para escuchar música,
salir a pasear y hacer deporte.
Dios quiera que así sea para todos.
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