Por el padre Miguel Ángel
Recuerdo que una vez escuché en misa
un canto que dice así: “Señor, yo soy leproso, con lepra de
pecado, si quieres tú limpiarme, seré purificado”.
Precisamente éste es un tema que nos
presenta la palabra de Dios, pues nos habla de la lepra, que en la
antigüedad era la enfermedad más terrible en aquellas tierras donde
se escribió la Biblia.
Ninguna otra enfermedad convertía al
ser humano en una ruina tan impresionante para la vista. Los leprosos
perdían las cejas y parecía que siempre estaban mirando fijamente a
los demás. Se les ulceraban las cuerdas vocales y la voz se les
hacía ronca y desagradable. Perdían la sensibilidad en varias
partes del cuerpo. Las manos y los pies se llenaban de manchas
blancas y se iban cayendo los dedos; en resumidas cuentas, las
personas leprosas experimentaban una muerte centímetro a centímetro.
Era absolutamente necesario librar al mayor número de personas de
tan terrible enfermedad y por eso se alejaban al enfermo del contacto
con los demás.
El Evangelio nos dice que un leproso
tuvo la valentía de acercarse a Jesucristo y suplicarle de rodillas
que lo curara y su petición no quedó defraudada, porque Jesús se
compadeció de él, y extendió la mano, lo tocó e inmediatamente se
le quitó la lepra y quedó limpio.
Para nosotros, la lepra más terrible y
contagiosa que vuelve monstruoso a todo el que la sufre, es la lepra
del pecado. Nada tan terrible ante los ojos de Dios que quienes viven
tranquilos en sus pecados, con la lepra en el alma; se creen muy
sanos porque tienen salud física pero viven llenos de lepra en el
alma.
Cuando San Juan Bosco tuvo el primero
de sus 144 sueños proféticos, oyó que Jesucristo le decía: “Debes
dirigir a la gente una plática acerca de la fealdad del pecado”.
Este es un tema de vital importancia,
porque el mundo está repleto de gente con lepra en el alma que urge
se les cure.
¿Cuáles son las razones por las
cuales es tan malo, perjudicial y peligroso el pecado?
1.-Porque es una ingratitud hacia
nuestro Creador.
Dios nos ha creado y nos ha dado la
salud, la familia, la inteligencia, el empleo, la alimentación,
Jesucristo ha muerto por nuestra salvación, nos ha dejado sus
maravillosas enseñanzas y cada día ruega por nosotros. El Espíritu
Santo nos asiste, nos defiende e ilumina; en cambio nosotros le
correspondemos desobedeciendo, ofendiendo y cometiendo una grave
ingratitud hacia el mejor de nuestros benefactores que es Dios.
2.- El pecado debilita el espíritu y
lo inclina hacia el mal.
Cada pecado que cometemos nos va
acostumbrando a obrar el mal y va produciendo más facilidad para
cometer los siguiente pecados.
3.- El pecado endurece la conciencia.
Cuando una persona tiene que dormir
junto a un taller mecánico donde constantemente se escuchan ruidos y
golpes del martillo, las primeras veces no logra dormir, pero al cabo
de un mes ya dormirá toda la noche como si no hicieran ruido, porque
sus oídos se acostumbraron. Así pasa con nuestra conciencia, cuando
el pecado se repite una vez y otra vez y así durante un tiempo hasta
que ya nos acostumbramos a pecar y no sentimos ningún remordimiento.
¡Ay de quién comete pecado y sigue
sin sentir grave tristeza de haber ofendido a Dios! Su conciencia se
ha endurecido.
4.- El pecado amarga la vida
Cuando los peces van y entran al agua
muy felices y de pronto ven un atrayente carnada y se lanzan a
devorarla, pero allí está escondido el anzuelo que les destroza la
garganta y les acarrea a la muerte.
Así es el pecado, nos atrae con
apariencia de placer pero nos lleva a la muerte. Los cárceles y
hospitales están repletos de personas que sufren en su vida la
espantosa amargura ocasionada por los pecados.
Conclusión:
Vivamos felices, evitemos el pecado,
vivamos en gracia.
-Nosotros no podemos curar a un
leproso, pero si queremos…
-Podemos curar esas heridas que con
nuestro mal humor habitual causamos en casa a nuestros seres
queridos.
-Podemos aliviar algún tanto –en la
medida de nuestras posibilidades- la situación difícil por lo que
pasa alguna familia o algún amigo que conocemos.
-Podemos hacer un esfuerzo sincero para
devolverle la “salud” a ése amor conyugal que por descuido
nuestro, se nos está muriendo.
-Podemos sanar la risteza de aquél
familiar al que le hemos retirado el habla o de aquél subordinado o
compañero de trabajo con el que nos mostramos cortantes o
resentidos.
-Podemos, con nuestras atenciones y
cariño, hacerle más llevadera su enfermedad a la tía, anciana, al
abuelo inválido, al hermanito retrasado.
-Podemos curar muchas angustias, muchas
pequeñas penas, muchas heridas.
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