La viejecita del gato





Por el padre Miguel Ángel

Fue un día de octubre de 1978 en el que el Cardenal de Cracovia (Polonia), Karol Wojtyla, iba a emprender viaje a Roma para asistir al Cónclave, que acabaría eligiéndole a él. El Cardenal iba a subir al coche que debía trasladarle al aeropuerto, cuando se le presentó una viejecita, que iba desesperada a pedirle un favor: los vecinos le habían robado su gato y no querían devolvérselo. El gato lo era todo para ella.
Sin dudar un momento el Cardenal Wojtyla la hace subir a su coche y le pide que lo lleve a su casa. Una vez allí, tras algunas investigaciones, encuentran al animal, convence a quienes lo retenían y lo devuelve a la anciana. Luego sigue el viaje hacia el aeropuerto. Ha sido lo último que Karol Wojtyla, un hombre de corazón bueno, ha hecho como Cardenal de Cracovia.
En la lista de obras de misericordia espirituales, que trae el catecismo de la Doctrina Cristiana, está la de consolar al triste. Juan Pablo II, que ha sufrido mucho en la vida, se interesó por cada persona y supo salirse momentáneamente de su camino para aliviar sus necesidades. El Papa ama a Cristo que sufre en la persona de sus fieles, especialmente los niños, los viejos y los enfermos. ¿Podrías hacer tú hoy algo semejante a lo que hizo el  Papa con aquella anciana?
Todo el que se humilla como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos y el que reciba a un pequeño como éste en mi nombre, a Mí me recibe.
¡Señor! Que mis prisas y mis atolondramiento, no me aparten de la ayuda que Tú me pides en la persona del que está solo y triste.
Quién podría imaginar que todo un cardenal que se disponía para emprender un viaje de Polonia a Roma se haya tomado la molestia de ir a buscar un gato.
Pues así es el modo de actuar de las personas que sonde buen corazón, que son generosas, que saben hacer obras de misericordia como tú y yo debemos hacerlas.
Muchas veces, por nuestras prisas, no sabemos detenernos para prestar un servicio sencillo que necesita alguna persona que se cruza en nuestro camino, como les sucedió a aquellas dos caminantes que miraron a un hombre tirado a quien los bandidos habían asaltado y siguieron su camino, hasta que pasó otro que sí tuvo compasión, se detuvo, curó al herido y lo llevó a un lugar en donde pudieran restablecerse, ese es el “buen samaritano”, ese es Jesucristo de quien Juan Pablo II aprendió y nosotros debemos aprender a hacer el bien a todos.

Publicar un comentario

0 Comentarios