Por razones de belleza, en la última década, hasta los partidos políticos le entraron a la moda de colocar “a sus mejores caras” en las candidaturas. Fue la época de los chulos, aunque fuesen ignorantes, no leyeran libros, no cumplieran sus palabras, no tuvieran trayectoria. Lo imperativo fue: que estuvieran guapos ellos y bonitas ellas.
La belleza fue, pues, la carta fuerte de las más recientes candidaturas.
Al político, le quitaron el bigote, le cortaron el cabello, le hicieron bajar de peso.
A la política, le operaron la nariz, le estiraron las mejillas y le implantaron uno que otro seno paranasal (sic).
Lo trascendente en la última década en el ambiente político fueron dos tipos de operaciones: las físico-estéticas y las alianzas a ultranza, con quien sea y de a como sea.
El escenario cambió. Nos hartamos de apoyar o votar a niños guapos o niñas bellas. No resultaron buenos para la política. Fueron atractivos en las contiendas y pésimos como funcionarios. Les elegimos para servidores y resultaron unos inútiles. Peor que eso, inútiles y ratas.
Por eso, las elecciones que vienen ya no estarán (creemos) marcadas por los “cara bonitas”; el votante podría buscar a quien le resuelva, a quien le atienda, joven o viejo, mujer u hombre, con o sin experiencia, pero con mucho compromiso.
No descarte que la temporada que viene en las campañas sea para los viejitos, para los de experiencia, para los que ya estuvieron, “aunque no hayan hecho nada”.
Los chulos ya no están de moda.
Ya podrán irse a padrotear a otro lado y ya no necesariamente a ser candidatos.
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