Me lo envió un Honorable miembro del Ejército Mexicano ...
Señor presidente electo:
Me dirijo a usted con el respeto que impone su próxima investidura como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas.
No le escribe un periodista, columnista, analista o especialista en fuerzas armadas, no le escribe un adversario político. Le escribe un militar.
Comenzaré por manifestarle que desde que tengo uso de razón, siendo apenas un niño, deseé fervientemente pertenecer al Ejército Mexicano y desde ahí servir a mi país. Así que con ese amor a mi país y a mi ejército le escribo.
Primero, quisiera que le quedara claro que ser militar es una profesión; así como usted es un licenciado en derecho, yo soy un militar; así como otros son médicos, yo soy militar; así como otros son ingenieros, yo soy militar y no se puede cambiar una profesión por decreto o por ley.
Usted decidió ser abogado y estudió en la UNAM para serlo. Yo decidí ser militar y estudié en el Heroico Colegio Militar. No sé si usted ha ejercido como abogado, pero yo sí he ejercido mi profesión por décadas sin interrumpirla por un segundo.
Equivocadamente, usted piensa que un soldado ejerce su profesión únicamente en la guerra, es decir, en la lucha armada entre naciones. No, un militar aplica sus conocimientos y los ejerce aún sin que el país esté en un conflicto armado, y no profundizaré sobre este tema porque me llevaría horas hablar sobre teoría del Estado, soberanía, geopolítica, diplomacia, historia, estrategia, geoestrategia, defensa nacional, política de defensa, política militar, estrategia militar, logística, táctica, orgánica, economía de guerra, economía de paz, movilización, seguridad internacional, seguridad hemisférica, seguridad regional, seguridad nacional, poder nacional, sociología de la guerra, derecho de la guerra y otras tantas disciplinas que requiere conocer un profesional de las armas.
En sus últimos discursos, usted ha planteado dar un giro a la naturaleza de las Fuerzas Armadas Mexicanas, cambiarles, o, mejor dicho, quitarles su razón de ser: la defensa exterior. Esta función está mandatada para usted en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en su artículo 89 y, una vez que tome el cargo, será su facultad y obligación. Sepa usted que el espíritu de ese artículo tuvo sus orígenes en la necesidad del Estado mexicano no solo de defenderse ante una agresión armada sino, primordialmente, de prevenir la guerra.
Con el respeto que merece, le digo que usted se equivoca al pensar que solo porque no hay guerra, no se necesita un ejército. Análogamente, sería como pensar que sólo porque en México está erradicado el sarampión, ningún niño debería ser vacunado contra esa enfermedad. Señor López, usted plantea la posibilidad de una guerra al decir que si esta ocurre en México todos los mexicanos realizarán la defensa nacional.
Efectivamente, así debe ser, solo que su concepto de defensa nacional es erróneo. La defensa nacional y la guerra requieren que los médicos sigan curando y salvando vidas, que los ingenieros sigan diseñando, creando y construyendo, que los obreros y campesinos sigan produciendo, que los maestros sigan enseñando, que los banqueros sigan operando el sistema financiero, que los empresarios sigan invirtiendo, que los abogados sigan litigando y así, todos los profesionistas y técnicos sigan haciendo las actividades para las que fueron preparados mientras los militares hacemos la guerra.
Equivocadamente, también afirma que en nuestra historia la defensa del país la ha hecho todo el pueblo, si así hubiera sido, tendríamos hoy un territorio más grande que el de los Estados Unidos de América. La defensa del país durante las invasiones únicamente la realizó el ejército, pero sin armas suficientes, sin municiones, sin comida, sin equipo para el frío o el calor y sin demás pertrechos. ¿La razón? En la defensa no participó todo el pueblo. No había quien diseñara las armas ni quien las fabricara; la economía era raquítica, no había quien produjera todo lo que se necesitaba para la guerra; no había unión. En 1847, el Ejército Mexicano fue vencido en combate y el resto del pueblo solo observó cómo el invasor izaba su bandera en Palacio Nacional después de que miles de soldados mexicanos murieron en el intento de detenerlo.
Usted pretende convertir al Ejército en guardia civil, eso sería un gravísimo error. Ningún gobernante que quiere pasar a la historia como un estadista se deshace de su ejército. Por el contrario, lo emplea como el más fuerte instrumento a su disposición para proteger al Estado. Así ha sido siempre.
Convertir a un militar en un policía es como querer convertir a un ingeniero en un médico; a un biólogo en un arquitecto; a un matemático en un sociólogo o a un electricista en un carpintero, en todo caso, en el intento de ejercer su nueva actividad, fracasará. Los militares no debemos y no queremos ser convertidos en policías.
No cometa un error elemental de política, deshacerse del ejército es poner en riesgo la propia existencia del Estado mexicano.
Permita que los militares ejerzamos nuestra profesión; usted como jefe de Estado lo necesitará y ahí estaremos para cuando eso suceda. Deshacerse de sus fuerzas armadas o de su esencia lo hará prescindir de la institución más sólida, en la que más confía el pueblo de México y la más leal a las instituciones, incluyendo la que usted representará. Sea líder de los soldados, pilotos y marinos, no los menosprecie, no los confunda, no los divida, no los difame, ellos sabrán ser leales a usted.
No cambie la esencia de las fuerzas armadas, aprenda a usarlas. Diríjase a ellas como su comandante, no como su capataz. Aprenda a ser líder de tropas, las necesitará, no como guardias civiles, no como policías, sino como lo que son: soldados de la República leales, siempre leales.
Firmaría esto con mi nombre, pero no soy el único que piensa lo que acabo de decir, así que tome estas líneas con la rúbrica de todos los militares mexicanos.
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