Manos que no pudieron disparar



En mayo de 1980, en la ciudad de San Paulo, doscientos mil obreros se disponían a iniciar una marcha gigante a favor de sus derechos violados.

A pocos metros, preparada para un duelo temible y desigual, estaba la policía con ametralladoras, caballos y perros amaestrados. La orden de Brasilia para los soldaos era intransigente: Disparar al primer obrero que diera un paso al frente. 

Los helicópteros volaban bajo, sobre la multitud, tal vez para atemorizar y evitar la marcha de protesta. La situación era en extremo tensa; era imprevisible lo que podía suceder en los próximos minutos.

De repente, inesperadamente, un grupo de niños con flores corre hacia los policías. Abrazándolos y besándolos les ponen en las manos los ramilletes de flores. Las flores eran un gesto de paz y de amor. Las manos que ahora las sostenían ya no podían disparar un fusil. Un grupo de niños había desarmado a un batallón entero.

Poco después el capitán de la policía llamó por teléfono a Brasilia para explicar: “No pudimos disparar, un grupo de niños con flores en las manos nos desarmó”.

Puede más el amor que el odio y la venganza. El mismo Cristo venció a la muerte con su muerte en la cruz y murió amándonos a todos, incluso dando su perdón y abriendo las puertas del cielo para aquél ladrón que estaba crucificado junto a Él.

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