Por Faby G. Ontiveros
Comienzo a escribir el siguiente texto con la firme intención de echarle a mi mamá todas las flores del mundo, pero si ya saben como soy… pa’ qué me dan un espacio para escribir.
Les hago la aclaración porque de alguna manera siempre la termino regando y hace muchos años escribí una anécdota que Don Pascual, el señor de la tienda de abarrotes a la que iba cuando era niña, recordará muy bien. La columna, o calumnia, como le terminó diciendo mi sacrosanta madre, se llamaba “De reversa mami” y era la crónica de un evento muy desafortunado que tuvimos cuando apenas se estaba enseñando a manejar. Sobra decir que no le hizo ni cacho de gracia y me dejó de hablar como 3 horas, y mientras leía nomás decía “¡Ay, Fabiola!”.
Así que acompáñenme mientras en esta edición trato de plantarle un jardín de primavera con puras letras a ella y a todas las mamás chidas.
Lo de menos sería contarles un montón de buenas experiencias que he pasado con ella, que tengo muchas, pero las altas todos las presumen y en realidad es en las bajas donde te das cuenta de la calidad de una persona.
Pues en todas mis bajas ha estado ella, no se ha perdido ni una. Siempre están ahí sus brazos abiertos y sus oídos dispuestos para la alegría, la queja, la tristeza, el chisme, los corajones, las heridas y hasta la indiferencia, que suena feo y se siente peor pero mi mamá tiene una paciencia enorme y les ha aguantado a sus hijos de todo.
Y al revés, lo menos que puedo hacer es corresponderle, porque las mamás son humanas y también se alegran, se quejan, se entristecen, se enojan y se lastiman.
Uno cree que las mamás pueden con todo, y sí, pero a veces pierden la confianza en sí mismas, por eso como hijos no nos queda más que estar ahí para recordárselos, como cuando la mía lloraba todos los días porque después de una operación pensaba que no iba a volver a caminar, pero ahora hasta hace sentadillas con la mano en la cintura.
O como mi hermana de CDMX, que cada paso que da y cada decisión que toma lo hace pensando en su hija, y aún cuando se las ha visto negras sola en una de las ciudades más grandes del mundo, ahí está, diría Belinda, ganando como siempre.
O como mi otra hermana, la melliza, que no es melliza pero ya me acostumbré a que la gente lo piense, que francamente jamás en la vida me la imaginé como mamá y mírenla ahora, con todo y su impaciencia llenando de besos a su recién nacido.
Que las mamás aguanten muchas cosas no significa que los hijos tenemos que hacer de todo, no sean pinches, así que mejor quiéranlas, abrácenlas y denles mucho cariño todo el año, porque ellas lidian con nuestras estupideces los 365 días, no nada más el día de las madres.
Ya nada más para despedirme me dirijo a las mamás directamente: Ojalá que las hayan tratado muy bonito ayer y no se sientan mal si no cumplen sus propias expectativas, no necesitan ser mártires y no tienen que soportar de todo, tienen derecho a ser egoístas y poner sus sentimientos antes que los de su familia, no tienen que tener buena cara todo el tiempo y estar a disposición de los miembros de la familia cuando se les antoje, pero gracias, porque aún cuando no tienen qué hacer las cosas o estar ahí para nosotros, lo están, porque les sale del corazón, y qué afortunados somos de tenerlas.
Gracias Doña Rosita, por todas las veces que has sostenido mi mano física y emocionalmente.
Gracias Georgina, por enseñarme con el ejemplo el significado de lucha y perseverancia.
Gracias Gabriela, por compartir conmigo tu crecimiento en esta etapa que apenas empieza.
Gracias, mamás chidas, porque todos los días están ahí, al pie del cañón.
¡Feliz día de las madres!
Arriba: Gaby, Faby y Georgina. Abajo: Doña Rosita y Mariana |
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