Los muertos de mi amigo



Tengo un amigo, de los mejores amigos que tengo -por no decir que es mi mejor amigo, porque después de esta frase siempre hay que agregar “sin agraviar a los presentes” o en este caso a los demás. Tengo varios buenos amigos y resultaría inútil decir “sin agraviar”, porque siempre se agravia a quien no recibe una mención tan merecida como ésta de “mi mejor amigo”. Ese amigo, que se llama Arturo, me contó hace unos días una serie de cosas, ya no increíbles para mí, pero sí igual de inexplicables como otras que he incluido en “De aquí, de allá y del más allá” que han ocurrido en su familia. De ahí el título de este comentario: Los muertos de mi amigo.

Hacía algún tiempo que no nos veíamos, no mucho, y para platicar de algo que no fueran ya las barbaridades que está cometiendo Andrés Manuel López Obrador y el peligro que representa, nos pusimos a hablar de los misterios del más allá. De cosas ocurridas en el más acá pero que tienen que ver con el más allá, es decir, de las cosas inexplicables que a veces pasan y que acaban por convencernos de que no todo termina con la muerte.

Me contó, para empezar, de algo que no tiene que ver con los muertos pero que igual no se lo puede explicar. “Cuando yo estaba chiquillo -dijo- una vez se me metió en la cabeza que quería yo ver a mi abuelita, que vivía lejos de donde vivía mi familia, y empecé a repetir ‘quiero que venga mi abuelita’, ‘quiero que venga mi abuelita’ pero con muchas ganas de verla. Claro, cada vez que iba a visitarnos me daba una feria, ya te imaginarás… pero estaba yo como encaprichado, cerraba los ojos, apretaba los puños y repetía frenéticamente ‘quiero que venga mi abuelita’, ‘quiero que venga mi abuelita’. ¡Y ándale que al rato llegó mi abuelita!”
-Cálmate Kalimán -le dije-, la trajiste con el poder de tu mente.
“Pues no sé que pasó, pero juro que es cierto -agregó Arturo- y no sólo eso, se repitió. Tiempo después empecé a pensar ‘quiero que venga mi tía’, ‘quiero que venga mi tía’, con la misma vehemencia que la vez anterior. Y al rato llega mi tía… Está de no creerse, fueron tal vez coincidencias, pero así ocurrió. Años después, recordando esos dos episodios de mi vida, traté de hacer el experimento a ver qué ocurría, me empecé a repetir con fuerza ‘quiero que venga Martín (mi hermano)’, quiero que venga Martín’, le eché ganas, duré rato invocándolo, pero ni madres, nunca llegó. Igual no me explico esas dos coincidencias con mi abuela y con mi tía”.

Coincidencias tal vez. Lo que ya no fue coincidencia fue lo que pasó con uno de sus familiares, primero de los muertos de mi amigo. Era otra tía muy alegre, a la que le gustaba mucho la música, “recuerdo que iba yo a visitarla y siempre estaba contenta, y más si sonaba una canción de Chico Che en el radio, ‘súbele mijo súbele’ me decía. Pero una vez se enfermó, fui a visitarla y me decía que no se quería morir, pues no te vas a morir, le dije, cálmate, y se alivió, estuvo grave pero la libró. Después se volvió a enfermar, y otra vez ‘yo no me quiero morir, todavía no me quiero morir’ y bueno, se alivió otra vez”.

Pero en otra ocasión que fue Arturo a ver a su tía dice que la vio triste, cabizbaja y meditabunda dirían en mi pueblo, le preguntó qué tenía y dijo que nada, “pero ahora sí ya me voy a morir” (parecía resignada). Le preguntó si estaba enferma, qué le dolía, y le contestó su tía que nada, que no estaba enferma, pero que ya se iba a morir. “Achis achis… ¿pues qué tiene mi tía? le pregunté a mi abuela”. Pues nada, le contestó la abuela, no le duele nada para llevarla con el médico, nomás dice que ya se va a morir…

Pasó. Regresó mi amigo a su casa, pasaron dos días y le llamaron para avisarle que su tía se había muerto. Cuando no se quería morir no se murió aunque estaba enferma, y cuando dijo que ya se iba a morir se murió aunque no le dolía nada. ¿Recibió un aviso?, ¿de quién?, ¿del más allá?, ¿de Dios? Sépala… pero así ocurrió, yo sí le creo a Arturo. ¿Usted no? Le cuento lo que me platicó de otro de sus muertos.

La siguiente fue su hermana y no es mucho lo que hay que decir, simplemente que ella y su marido fueron a una fiesta familiar en un lugar no muy lejano de donde vivían, y ya entrada la noche y con algunos tragos en su organismo dijo que ya se quería ir. Como tenía que manejar le dijeron que no se fuera, que ya era muy tarde y que no había necesidad de irse, que ahí había dónde dormir. Pero ella se puso necia, “no, ya nos vamos”, vámonos le decía a su marido y el hombre tampoco quería irse, pero fue tanta su insistencia, aunque todo mundo le decía que no se fueran, que finalmente su marido cedió, le dijo bueno, vámonos pues. Se fueron pues. Y al salir a la carretera el automóvil chocó y ella murió. A su marido nada le pasó, la muerte la llamaba sólo a ella.

¿No lo cree usted? Está en su derecho, yo sí le creo a Arturo. Y aún no me contaba lo mejor, el caso de Don Guadalupe, su papá.

Como el caso de Don Guadalupe hay varios registrados y debidamente documentados a lo largo de la historia, incluyendo uno que le ocurrió a un científico y que lo convirtió en un creyente de Dios, que no lo era antes, y que incluso escribió un libro acerca de su experiencia. Pero nunca había conocido yo uno de primera mano.

“A mí papá le dio un infarto -nos cuenta Arturo- y fue atendido rápidamente, un médico primero y luego entre dos trataron de reanimarlo con los procedimientos que se acostumbran, hasta que finalmente lo lograron. Bueno pues mi papá nos platicó una vez que se recuperó, que él vio cuando los médicos estaban tratando de reanimarlo, que vio desde arriba cómo le golpeaban el pecho, y que al mismo tiempo vio a su esposa que lloraba en otra habitación distinta a donde estaban los médicos tratando de reanimarlo, y que al mismo tiempo también vio una luz blanca hermosísima, indescriptible, y que vio además -todo al mismo tiempo- a su mamá (que había muerto ya) y a otros familiares. Su mamá, dijo, le extendía los brazos como llamándolo, como diciéndole no tengas miedo, todo está bien…”

“Obviamente duró muy poco tiempo eso, un minuto a lo más. Luego él dejó de ver todo eso y despertó gracias al auxilio que recibió de los médicos. Tiempo después le dio un segundo infarto a Don Guadalupe y éste sí acabó con su vida, pero antes tuvo tiempo de hablar con su hijo mayor y decirle que ahí le encargaba a la familia, que él se tenía que morir y que se iría muy pronto. Y así fue, murió”.

“Unos años después cayó en mis manos un libro llamado ‘Vida después de la vida’ y me interesó su lectura, narraba una serie de casos parecidos a lo que nos platicó mi papá. Todos hablan de esa luz, de que ven a familiares ya muertos, y de que pueden ver lo que está ocurriendo con ellos y a su alrededor. Pero ni modo que mi papá hubiera estado influenciado por ese libro, ni leer sabía…”

Pues ahí está. Si usted cree que todo termina con la muerte piénselo… a lo mejor no. Y que su actuar sea en consecuencia.

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