Padre Miguel Angel

Los magos de Oriente

Por Miguel Angel Pérez Magaña

Hace apenas unos cuantos días escuchamos el repicar de las campanas de Belén porque Cristo vino al mundo en el silencio de la noche Sagrada de Navidad.
Este ha sido el misterio más grande de la historia universal y se realizó en el ambiente más humilde y lleno de sencillez.

La fiesta de los Reyes Magos anuncia que este mismo Niño se manifiesta ahora como Señor de los Ejércitos, en cuya mano están el reino y la potestad del imperio. Los magos hacen esta pregunta: "¿Dónde está el rey que acaba de nacer?" La Epifanía es la fiesta de Cristo, Rey del Universo, Rey de todos los hombres y pueblos; y a la vez es la fiesta de la Iglesia, de la Nueva Jerusalén, en la cual el Rey quiere reunir como en una familia a todos los seres humanos. Estos se encuentran rodeados por las tinieblas que cubren toda la tierra y por la espesa niebla que envuelve a los pueblos. Tinieblas y niebla son la alusión a la miseria de la humanidad caída, esclava del pecado y cegada además por cultos idolátricos, ritos supersticiosos y religiones falsas inventadas por hombres.

A una humanidad oprimida por el miedo, la ignorancia y la insensatez, se le llama ahora desde el cielo a levantarse y caminar, a dirigirse, para reunirse en una sola familia formada por todos los pueblos y razas, hacia el Dios del Amor manifestado en Jesucristo.

Los tres Magos son los representantes de todos nosotros, de todos los no judíos, de los que una vez fueron paganos, separados entre sí.

Cuando uno visita la Basílica de San Pedro en Roma u otro gran Santuario de nuestra religión, siente la alegría de los hombres que se encuentran allí reunidos, provenientes de todos los rincones de la tierra, con la riqueza de su piedad popular y proclamando con sus voces y lenguas diferentes, pero unidos en una sola fe, las alabanzas del Señor. En verdad, cuánto debemos agradecer a Cristo por el don que nos representa su Iglesia, con la cual quiere celebrar una unión íntima, nupcial, de entrega total, indisoluble y eterna.

Los Magos vinieron de tierras lejanas y siguieron la luz de la gracia sin desanimarse ni detenerse, abriendo sus ojos y sus corazones a la luz divina. El rey Herodes y los nobles y los sacerdotes de Jerusalén, que vivían a unos pocos kilómetros de distancia de Belén, no fueron capaces de encontrar a Jesús. Se hundieron en la oscuridad de su orgullo y permanecieron cegados a la revelación del Altísimo.

No podemos acercarnos a Cristo con las manos vacías. Los regalos de los Magos son muy significativos en el momento en que el Señor se hace presente ante nosotros durante la Santa Misa. A Cristo Rey se le ofrece el oro de la realeza aclamándolo como Rey:
"Tuyo es el Reino, tuyo es el poder y la gloria, por siempre Señor", es un compromiso de fidelidad.

En el sacrificio eucarístico Jesucristo actúa como el único y eterno Sacerdote. Por Él, con Él y en Él se ofrece todo honor y toda gloria al Padre eterno, en la unidad del Espíritu Santo. Todos los domingos, y si fuera posible todos los días, deberíamos ofrecer al Padre en la Santa Misa en unión con Cristo Sacerdote, el regalo de nuestro incienso y nuestra adoración. Pero también la adoración íntima y recogida, delante del Santísimo, es siempre un regalo agradable a los ojos de Dios.

La mirra es un regalo misterioso. Es la bebida amarga que dieron al Señor moribundo. Es alusión a Cristo, Cordero de Dios. Cuando el sacerdote exclama en la Santa Misa: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo", debemos sentir el compromiso de solidaridad con este Cordero que murió por los pecados de cada uno de nosotros. El soportar con paciencia las penas y enfermedades de esta vida es también parte de este tercer regalo.

Así como Jesucristo ha sido la luz que ha venido a iluminar al mundo entero, nosotros debemos llevar esa luz que dé paz y consuelo a tantas gentes necesitadas, como decía el Papa Juan Pablo II a los jóvenes cuando visitó San Juan de los Lagos:

"En vuestro pueblo existen innumerables problemas: el hambre y la desnutrición, el analfabetismo, el desempleo, la desintegración familiar, la injusticia social, la corrupción política y económica, salarios insuficientes, concentración de la riqueza en manos de pocos, inflación y crisis económica, el poder del narcotráfico que atenta gravemente a la salud de la vida de las personas, el desamparo de los emigrantes ilegales e indocumentados a los que tristemente se les llama "espaldas mojadas"; ataques continuos a los valores sagrados de la vida, la familia y la libertad. Ante este panorama de dolor y sufrimiento ¿podéis vosotros permanecer indiferentes, jóvenes mexicanos?

Queridos jóvenes: Sentíos enviados a la urgente tarea de anunciar el Evangelio a cuantos os rodean. Cristo conoce vuestra fragilidad y limitaciones, pero al mismo tiempo os dice: ¡Animo, no temáis! "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo".

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