Padre Miguel Angel

Hacen falta Juanes Boscos

Por el padre Miguel Ángel

El próximo día 31 celebraremos a un gran apóstol de la juventud: San Juan Bosco.
Desde niño, Juan Bosco rompió moldes en la santidad. Una verdadera personalidad que demuestra que la gracia de Dios no disminuye ni obstruye la naturaleza, sino al contrario, la levanta y perfecciona.

Juanito, siendo un niño de muy escasos recursos, aceptaba cualquier trabajo humilde para pagar sus estudios; pero nunca pensó sólo en su carrera, sino que siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás, sobre todo, a los muchachos que andan abandonados en la calle. Por ellos y para ellos, cantaba, jugaba, aprendía trucos de prestidigitación y con frecuencia los invitaba al templo parroquial, para rezar todos juntos.

A los 20 años de edad entró en el seminario de Chieri y fue ordenado sacerdote en 1841. Desde el principio de su trabajo sacerdotal, buscó a los marginados, presos, enfermos, soldados y en particular a los muchachos abandonados de Turín. Su principio espiritual era: "El demonio nunca descansa para hacer daño a las almas; por eso tampoco yo puedo descansar en mi obra de salvación".

Su método era: a través de la confianza, establecer un orden libremente aceptado por los muchachos, evitarles las ocasiones y las compañías malas, creando alrededor de ellos un ambiente de sana alegría.

Los muchachos aceptaron al padre, su regla de vida y lo amaron con verdadera gratitud. Sin medios económicos, Juan Bosco consiguió levantar hospicios, talleres y la construcción de un templo en honor de la Santísima Virgen.

El mismo Santo nos cuenta cómo inició su gran obra:
"El día solemne de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1841, estaba revistiéndome para celebrar la Santa Misa. El sacristán, viendo a un jovencito en un rincón de la sacristía, lo llamó para que me ayudara a la Misa, pero como el muchacho no sabía, el sacristán lo maltrató y se fue muy triste; yo le pedí que fuera a buscarlo.

El sacristán salió corriendo, y a gritos lo llamó: Le prometió tratarlo muy bien y lo trajo a donde yo estaba.

El joven se acercó temblando y con lágrimas por los golpes recibidos.
-¿Has oído la Misa? Le dije amablemente.
-No.
-Ven y la escuchas. Después tengo que decirte una cosa que te agradará mucho. Me lo prometió.

Mi intención era suavizar la pena de aquel pobrecito y no dejarlo con la mala impresión de aquel maltrato.

Apenas terminé de celebrar la Misa, con rostro muy alegre llamé al joven, le aseguré que no habría ningún peligro de que lo volvieran a golpear, y empecé a interrogarlo:
-¿Vas al catecismo? -No me atrevo.
-¿Por qué no te atreves? -Porque los demás compañeros, más pequeños que yo, saben el catecismo, y yo tan grande no sé nada. Por eso me da vergüenza ir a clase.
-Y si yo te doy la clase de catecismo por aparte, ¿vendrías a escucharla?
-Con mucho gusto, con tal de que no venga ese señor a darme bastonazos.
-Puedes estar tranquilo. Nadie te va a maltratar. Tu serás mi amigo, y conmigo tendrás que entenderte y con nadie más. ¿Cuándo quieres que empecemos las clases de catecismo?
-Cuando usted quiera.
-Te parece que sea ahora mismo? -Sí, ahora mismo, con todo gusto.

Don Bosco se arrodilló y con todo el fervor rezó un avemaría para que la Madre de Dios le concediera la gracia de salvar aquella alma. Esta Avemaría rezada con toda el alma fue fecunda en grandes éxitos espirituales. Se levantó e hizo la señal de la cruz para empezar, pero su alumno no lo imitó porque no lo sabía hacer. Por aquella primera vez don Bosco le enseñó la señal de la Cruz y le explicó cómo Dios es creador de todas las cosas, y para qué fines nos ha creado a nosotros. Después de media hora de clase, le regaló una medalla de la Virgen, le hizo prometer que vendría el próximo domingo ya no sólo sino con otros amigos, y lo despidió con toda la amabilidad. Garelli, este pobre huérfano analfabeta (que el próximo domingo regresó con varios amigos más a la clase de catecismo de don Bosco) fue así el inicio de la más grande obra educativa de los últimos tiempos.

Por la prudente dirección de San Juan Bosco, las escuelas y seminarios obtuvieron tanto éxito que, durante la vida del Santo, surgieron unas 2,500 vocaciones sacerdotales y la fundación de una Congregación de "Hermanas de María Auxiliadora". También promovió las vocaciones tardías para el sacerdocio en el mundo obrero.

Hasta los ateos lo respetaron por su sinceridad, por su entrega noble a la causa de los más pobres y por su pobreza personal. Así pudo, por algunos años, actuar como intermediario confidencial entre gobierno e Iglesia.

Murió el 31 de enero de 1888 y con él se cumplió lo que él mismo había previsto: "Quien muere en el campo de trabajo, atrae cien más que lo reemplacen".

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