En San Diego de Alejandría
Una hermosa devoción
Por Oscar Maldonado Villalpando
Hace, no menos de 130 años, que un piadoso sacerdote llegó a San Diego de Alejandría, fue por 1873, Donaciano Larios, bien pronto manifestó su devoción a la Virgen de Guadalupe y al rezo del santo rosario, pues eligió una equina de las huertas de don Juan Valdivia, el hombre rico del pueblo y de la región, esquina que se ubica en la confluencia sur y oriente las calles Nicolás Bravo y Abasolo, calle que va de la compuerta chica de la presa, hoy parque de Los Cristeros, dejando a la izquierda templo y jardín y más adelante a la derecha la casa de don Cenobio Solís o, mejor dicho del fundador de San Diego don Pascual Orozco, esto por 1837, y luego queda la ex-hacienda de San Isidro; del templo son cuatro cuadras al poniente por Abasolo. Era el camino antiguo a León hacia el oriente; y al poniente, la salida a La Peñita.
Pues cada tarde, recibiendo la brisa de los trigales y de los sembradíos de garbanzo, los fieles y su pastor rezaban y cantaban a la Virgen de Guadalupe. Al efecto hicieron un pequeño nicho, rústica hornacina, enclavado en las viejas paredes de adobe, ahí colocaron una imagen de la Virgen Morena y cubrieron el frente con unos barrotes redondos, al estilo de entonces, al lado, incrustada en la pared, colocaron una alcancía, para fomentar el culto y comprar veladoras, seguramente. Al lado, como genio guardián, creció un laurel de flores color rosa e insistente perfume. El embate de los años no ha dañado ni la ermita ni el laurel, como reflejando el amor histórico de los feligreses, subsisten, no sin cicatrices y señales de las heridas que el tiempo infringe a todo lo existente.
Hace pocos días, manos indignas prendieron fuego a la imagencita, en un mensaje totalmente inhumano; el Padre Álvaro se dio a la tarea de borrar las huellas de la profanación y colocó una nueva imagen, pero no conforme con eso, tomando acuerdo con el Padre Juan Pérez, fue con la hija de don Francisco Correa, Sara, actual propietaria de la huerta, ella aceptó donar unos metros para que la ermita sea más significativa que aquella simple ventanita con marco de cantera. El Padre Juan, echando mano a lo que estima, como quien quiere legar a la posteridad algo muy valioso, propone donar una imagen de la Virgen de Guadalupe de casi un metro de altura, imagen de las que se hicieron con motivo del IV Centenario de las apariciones, para que sea colocada en esa anhelada ermita.
Este plan es muy valioso porque rescata la memoria del Padre Larios en su noble empeño; ciertamente, después de esta ermita el Padre construyó el templo actual del Santuario dedicado a la Virgen de Guadalupe, pero la ermita fue la pequeña semilla; de esa forma se recordará la devoción que también los nobles antepasados tuvieron por la Virgen, y además, será una invitación a seguir el buen ejemplo de los mayores.
Esperemos que estas propuestas vayan por buen camino, primeramente Dios.
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