Los árboles de la alameda
Por Juan Flores García
El árbol es parte de nuestra vida. El árbol que nuestros antepasados con tanto cariño se empeñaron en plantar y cuidaban con amor. De él nos servimos hasta de su sombra. Aquí en nuestro Tepa los tuvimos en abundancia cuando nuestro pueblo era chiquito, y en todas las casas teníamos uno, desde aquel arrayán, el guayabo, el naranjo, el limón, el zapote, el fresno y tantos más. A estos les llamábamos árboles caseros. Además, a lo largo del río había muchos sabinos, de los que todavía quedan algunos. Es curioso como para nosotros que quedamos el tiempo es motivo de recuerdo porque desde el principio de esta serie de relatos que iniciamos en el mes de noviembre de 1987 a partir de esta fecha hemos estado desempolvando el archivo de la memoria. Gracias a Dios que nos da licencia para estar mencionando lo acontecido a lo largo de estos años.
Al hablar hoy de los árboles de la alameda, de esa que presentamos en una ocasión que fue motivo de alegría por los paseos que allí tuvieron lugar, ahora con cierto dejo de tristeza vemos les está llegando su hora. Nos han deleitando tanto proporcionando belleza a ese lugar que es la entrada principal a nuestra ciudad. Como firmes guardianes alineados en las dos aceras nos proporcionaban su acogedora sombra. Todo esos eucaliptos además nos brindan salud al aspirar el aroma que expelen.
Los árboles que hoy vemos fueron plantados en el año de 1912, siendo presidente municipal de Tepatitlán el ciudadano Luciano Fernández y regidor don Jesús Vallejo, quien mandó se plantaran con un costo de 54 pesos 58 centavos. ¡Qué satisfactorio para don Jesús fue ver crecer para beneficio de los habitantes de nuestra ciudad esos eucaliptos! y ¡quién lo fuera a creer! que uno de ellos sería escogido para dar gloria a un hombre de Dios, que una de sus ramas fuera objeto de gloria. Cuanto dolor debe de haberle causado a este árbol que provocó que se secara todo el que sostuvo el cuerpo de un santo, el señor cura don Tranquilino Ubiarco, para gozar de la Gloria de Dios Nuestro Señor. Estos eucaliptos, que también nacieron en el siglo XX, van al parejo de nuestras vidas, crecieron tan altos y fueron tan fuertes que lucieron sus ramajes llenos de Gloria, que algunas de sus ramas sirvieron para sostener también una soga para hacer columpio, aquellos tan usados en nuestra niñez para mecernos tan fuerte como podíamos.
Conste que no me estoy poniendo nostálgico de haber vivido como ellos tan larga vida y es que todo tiene su fin. De veras que ya es difícil vivir, ya no podríamos llegar a la edad, la bondad de Dios nos permitiera con todas nuestras facultades por gozar de la comodidad que tanto aparato nos quita con su molesto ruido. Pero no le hace, estas comparaciones son las que nos dan el material para el relato semanal. Así, recordando la historia de nuestra bella Alameda, decimos que así fue Tepa en el tiempo.
0 Comentarios