¿Te gusta tomar?
Por el padre Miguel Ángel
Había una vez un hombre que ya no soportaba a su familia, pues pasaban todo el día peleando y hasta lo corrieron del trabajo porque faltaba mucho y cuando iba, siempre llegaba tarde.
Sus hijos le tenían miedo y hasta sus propios padres y amigos le dieron la espalda.
Se fue de su casa y lo único que encontró fue más alcoholismo, prostitución, droga, pobreza y delincuencia. Desesperado por esa vida, llamó a la muerte y le dijo:
-Muerte, ya estoy cansado, ¿por qué no vienes por mi?
En ese momento se me apareció una señora hermosa, vestida de negro, con su faz alabastrina y me preguntó:
-¿Por qué me llamaste?
-A ti ni siquiera te conozco, ¿por qué te iba a llamar?
-¿Acaso hace unos momentos no invocaste mi nombre? Yo soy la muerte.
-Disculpa, es que esperaba que fueras diferente.
-Cada cual me ve de diferente forma; hay unos que me ven con alegría, pues saben que soy un paso para llegar a Dios; otro me tienen miedo, pues creen que les haré algo malo, que los voy a torturar, cuando ellos ya se han torturado solos; pero a pesar de eso, me buscan como un escape para salir de su vida mediocre, rutinaria y amargada, como es tu caso.
-¿Por qué me llamaste?, preguntó la muerte.
-Porque quiero que me lleves contigo, -le dije.
-¿Para qué me sirves tú? -fue su respuesta-. Yo busco gente que me dé algo, que me proyecte algo. Gozo cuando me llevo a un triunfador, a una persona que dejó un mundo mejor al que encontró, cuando me llevo a un buen padre o a una buena madre de familia, a un gran profesional, a un excelente hermano o hijo; porque sé que Dios los va a turnar con sus ángeles; que necesita para que cuiden a la humanidad.
Tú, a mi no me sirves para nada. Para qué te querría llevar, si desde hace tiempo, cuándo empezaste a tomar, fuiste muriendo poco a poco; ahora estás muerto en vida. No me salgas con que quieres dejar tu alma, dime: ¿A quien le sirve un sujeto roído y sucio como tú?, me gritó enérgicamente.
Con la cabeza agachada, respondí:
-A nadie, pero mi familia me dio la espalda, dije sollozando.
La hermosa señora se compadeció de mi y me dijo:
-Tonto, ellos no te dieron la espalda, tú se las diste a ellos. Desde que empezaste a tomar cambiaste radicalmente.
Antes eras un buen marido y un excelente padre, pero la bebida te transformó negativamente.
Recuerda cómo empezaste a engañar a tu esposa, recuerda que a tus hijos les pegabas cuando ellos te esperaban ansiosos para que los llevaras a jugar.
Recuerda, ¿cuándo fue la última vez que le diste un detalle a tu esposa, o simplemente le dijiste "Te quiero, mi amor"? Los fuiste perdiendo poco a poco sin darte cuenta; recuerda que la gente que más te quiere te va a decir tus errores aunque te duela. Sólo los hipócritas y falsos te van a adular cuando saben que estás mal, pero al final, cuando ya no tengan nada que sacarte, se van a ir y te van a dejar solo. ¿Esto te recuerda algo de tu vida?
-Sí, asentí con la cabeza.
-Deja de beber, pues el vino en exceso embrutece al hombre y se convierte en arma del diablo para destruir a la humanidad. Ve con tu familia, tus hijos y tu esposa, pídeles perdón, cambia tu actitud y, cuando Dios necesite de ti, te llegará tu hora.
Desde aquel día mi vida cambió de forma radical. Dejé de beber, me reconcilié con mi esposa y con mis hijos. Ahora, me toca reconciliarme con Dios y demostrarle a la vida que soy un gran discípulo del Señor. Ahora sé que mi siguiente encuentro con la muerte va a ser muy diferente.
¡Ayudemos a los alcohólicos!
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