Padre Miguel Angel

Entrevista con el resucitado

Por el padre Miguel Ángel

Cuando llegó al sepulcro –nos dice el evangelio-, María Magdalena “vio removida la piedra que lo cerraba”. Por supuesto, esto la desconcertó; por eso corrió a ver a Simón Pedro y a Juan y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.
Los discípulos estaban desconsolados y permanecían encerrados bajo el mismo techo, quizá en el mismo cenáculo de la Última Cena. Eran sólo diez. Como sabemos, Judas, al traicionar a Jesús, se apartó del grupo. Tomás a quien llamaban el Gemelo, no sabemos por qué no estaba con ellos. Así, estando los diez reunidos, compartiendo las mismas penas y el miedo a los judíos, Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: “La paz esté con ustedes”. El mismo Jesús que había estado con ellos, que los había llamado amigos, que fue crucificado… está ahí en medio de ellos, mostrando sus manos y el costado. Jesús les vuelve a decir: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.
Los discípulos, llenos de fe, paz y alegría, salen de su encierro y corren a buscar a Tomás para darle la noticia: “Hemos visto al señor”.
Para el que ha visto y oído es fácil creer; para Tomás, que no tuvo esa experiencia, no le es fácil creer. Por eso dice: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mis dedos en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
A veces somos muy duros con santo Tomás, lo acusamos de desconfianza, de materialismo grosero, de ser un incrédulo obstinado… y muchas veces olvidamos su profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”
Preguntemos a Jesús como se encuentra después de su pasión:
Yo me encuentro muy alegre, pues he resucitado y me gustaría platicar contigo de lo que ha pasado en estos días:
Resulta que el jueves, cuando estaba con mis amigos, entre ellos estaba uno que me traicionó (me vendió); pues sí, horas después, sin razón alguna, vinieron unos representantes de la ley y me tomaron preso. En esos momentos en que me juzgaban y me acusaban, me preguntaba:
-¿Dónde están mis amigos?”.
El viernes por la mañana, cuando me azotaban, me escupían y me insultaban, yo me preguntaba:
-¿Qué habrá sido de mis amigos?”.
Por la tarde, como a eso de la 1:00, empecé a cargar una cruz en la que yo mismo sería crucificado; tuve que caminar mucho, sintiendo el peso de los pecados del mundo y, aunado a esto, los insultos, salivazos y burlas de la gente que sólo me veía como espectáculo. Y seguía preguntándome:
-“¿Dónde estarán mis amigos?”.
Cuando llegué al Gólgota, los soldados comenzaron a clavar mis manos en la cruz y mientras la multitud continuaba con las burlas, alcé la mirada y me di cuenta que solo me acompañaban mi amigo Juan, María, mi madre y algunas otras mujeres. Después de sufrir durante algunas horas, ofrecí mi dolor por tus pecados y morí.
Desde que fui ENTREGADO por Judas, NEGADO por Pedro, CRUCIFICADO por los soldados, ABANDONADO por mis amigos y ACOMPAÑADO por Juan y mi madre, me preguntaba:
¿A cuál de ellos te pareces?
Reflexiona un momento en silencio y recuerda en qué acciones me entregas, me niegas, me crucificas, me abandonas o me acompañas.
Pero no te mortifiques. No me importa cuál haya sido tu actitud. No te aflijas, porque hoy quiero que seas feliz, por eso me ofrecí y morí por ti. Porque te amo y te seguiré amando. Porque he resucitado en ti, quiero que sigamos juntos; quiero permanecer siempre en tu corazón. Que seas un vivo reflejo de mi amor; que ames a los demás, como yo te he amado. Y que resucites en mí, como Yo he resucitado en ti.

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