Padre Miguel Angel

Odio contra la religión

Por el padre Miguel Angel

Cuando tuve la oportunidad de estudiar en España, una persona me contó lo siguiente:
Corrían los desafortunados días de la guerra civil española. El odio hacia la religión llegó a extremos difíciles de imaginar. Sacerdotes, religiosos o religiosas que caían en manos de los comunistas eran, sin más, asesinados.
Una mujer viuda tenía un solo hijo y éste había entrado al seminario.
Cuando inició el conflicto, los seminaristas tuvieron que huir a un refugio.
Tiempo después, el joven terminó sus estudios y llegó a la ordenación. La madre vivía en una zona controlada por los comunistas y le había sido imposible acompañarlo.
El joven, movido por el amor filial, a pesar del riesgo. Confiando en la buena voluntad de la gente de su pueblo se encaminó hacia allá, disfrazado.
La madre se llenó de alegría cuando el hijo llegó a visitarla. A escondidas él inició su ministerio en servicio de la gente pobre de su pueblo.
Nunca han faltado ni faltarán los judas… Así que, alguien denunció al sacerdote. Llegaron los soldados a casa de la viuda una noche y lo sorprendieron. La madre le suplicaba al coronel al mando que no matara a su hijo. “¡Puede encarcelarlo, pero por piedad, por amor de Dios, no lo mate! ¡Soy viuda y es mi único hijo!”.
El sangriento coronel era una fiera y se mostró insensible ante la súplica de la madre. En ese mismo instante, el joven sacerdote fue fusilado ante el llanto desgarrador de la pobre viuda.
Pasó el tiempo. La guerra se terminó y los comunistas fueron derrotados. El coronel iba huyendo seguido muy de cerca por sus enemigos, consciente de que si era capturado, de inmediato dispondrían de su vida…
Debía tantas él… Llegó a un poblado que mostraba todos los estragos de la crueldad de la guerra y allí lo alcanzaron sus perseguidores.
Desesperado, abandonó su caballo y corrió por las calles y callejones buscando un refugio. De pronto, vio una casa en la que había luz encendida y, sin pensarlo, tocó con urgencia a la puerta –“¡Por el amor de Dios, ayúdenme!”.
La puerta se abrió ante los golpes del hombre y apareció una humilde mujer. Era la viuda… sin reconocerla, le hizo de nuevo la súplica:
“¡Por el amor de Dios, ayúdeme!”. La mujer, quien sí lo había reconocido, le dijo:
“Coronel, ¿recuerda la súplica que le dirigí antes de que usted asesinara a mi hijo sacerdote?...”. El hombre sintió que se helaba su sangre, dio media vuelta para continuar su huida, pero ya era tarde; en la cala resonaban los cascos de los caballos y los gritos de los soldados al organizar la búsqueda. El hombre se detuvo en la puerta paralizado por el miedo.
La mujer entonces dijo:
“En ese armario está la sotana de mi hijo. ¡Rápido, póngasela!”.
El coronel vaciló, pero no le quedaba opción, apresuradamente se puso la sotana y la viuda le entregó un libro, diciéndole:
“Éste es el breviario de mi hijo, tómelo y siéntese ahí, de espaldas a la puerta”.
Tembloroso y vacilante, el hombre obedeció a la mujer, quien tenía un rostro pétreo. Sus quijadas apretadas parecían contener todo un mar de sentimientos encontrados. La puerta fue abierta por un golpe de soldados, que al ver la figura sacerdotal en oración, pidieron disculpas a la viuda y se retiraron de prisa… El coronel, temiendo lo peor, tenía los ojos cerrados y el corazón muy acelerado.
Se hizo el silencio…
Los minutos se alargaron. El hombre no se atrevía a hablar. Empezó a oír algo como un murmullo, como una oración. Se atrevió a voltear y vio a la viuda arrodillada ante un crucifijo. De repente, la mujer soltó el llanto y exclamaba:
¡Señor, lo hice porque me lo pidió!

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