El costo de los errores históricos

Por Jesús Arrieta

No son pocas las regiones que en Jalisco deben revisar su historia; pues en el renglón de la cultura, todo se concretó a bailables y repeticiones de tradiciones y leyendas, que se sobraron hasta el cansancio y el hartazgo; por faltar un oficio de historiar a fondo, lo que manoseó un pobre trabajo cultural.
No faltó por eso, que por ignorancia de no pocos munícipes, se instalara en la regiduría de cultura a exitosos abarroteros y señoritingos hieráticos de acentuada pose parsimoniosa; pero que en su vida no habían leído un solo libro.
Salvo alguna excepción, por ahí hubo alguna buena suerte de llamar algún “leído” para que fomentara eventos “culturales” con algún guitarrista que requinteó canciones de la época de los tríos, como si el bolero fuese género cultural, y mucho, dos tres eventos.
En buena inteligencia, cultura significa cultivo; o sea un proceso de enseñanza que haga dar frutos al entendimiento; cosa que hasta hoy día parece no comprenderse, por parte de la clase burocrática de no pocos gobiernos del país.
Y es que en la pobre mentalidad política, cultura es algo que se relaciona con “algo incomprensible y enredoso” que mejor se ignora y se rellena con lo que esté a la mano; siempre y cuando “la cultura” no despierte mucho las conciencias.
Es por ello que en este país, ha sido peligroso fomentar el criterio y el buen juicio de una opinión pública, pues se está atascado en una ignorancia permanente y rentable, que favorece el pastoreo manipulador de una ciudadanía; solo apta para el consumo de mayoriteos chatarra.
Por ejemplo: no se concientiza sobre el peligroso aumento en la producción de autos que están acelerando el calentamiento del planeta, porque se lastima intereses globales; nadie se atreve a decir ni pío contra el desenfrenado consumo de bebidas gaseosas, que nos han hecho un país de diabéticos, porque esa industria vacía buenas recaudaciones al estado que se interesa más en los dineros, que en ser un país saludable.
Hay una fuerte adicción por “las entradas” sin importar, si provienen de empresas churreras o vendedores de botellas de agua; cuando a esta altura, México-país, y este estado, debieran activar una industria estratégica que aparte de jalonear los vagones de una economía de “guzgueras y trebejos”, enfrentando el desafío de industrializar a gran escala nuestros yacimientos de metales.
Sólo que para esto necesitamos al instante una mano de obra con capacidad técnica; y por supuesto, la capacidad de entendimiento que da la cultura que tiene cimiento en una educación de calidad.
Pero, ¿cómo vamos a tener ese ciudadano promedio, si la educación “sancocha” individuos capacitados para las borracheras maratónicas de los antros y llenar los espacios del espectáculo de las incultas masas multitudinarias?
Fermenta la ignorancia del modelo humano “unidimensional”, que sirve para “el pastoreo borreguero”; sin que ello les diga algo a los ministerios de cultura, que confunden civilización con danza, y cultura con folklore; cuando su ignorancia no les permite ver que cultura es cultivo para enraizar y tener luego frutos; no en beneficio de otros países, donde con gusto lavan escusados y se pasan años cortando hierba y cosechando rábanos.
Tomaré para empezar: la fracturada identidad que no podemos ignorar, porque por no comprender que la identidad es la armazón que constituye la personalidad, por estar constituida de las características que dan la doctrina de los sabios, es eso desafío que a todos reta, para apostar todo por el ser humano, antes que se de preferencia a cualquier proyecto.
Porque por hacer a un lado a las personas para apostarle a las instituciones, “se nos fue la chiva a los retoños”, y ahí tienen al contradictorio “diseño” del mexicano, que no se supera la etapa semi-rural y sub-urbana que no impulsa ni evoluciona; porque “el sistema” y las otras fórmulas políticas, son cíclopes que solamente miran “las circunstancias” con un solo ojo que no mira con perspectiva lo profundo del tiempo que nadie va a vivir en una segunda existencia, pues tenemos caducidad.
Debemos sacudirnos la maniaca mala costumbre de manosear nuestra historia con retoques que solamente adulteran “el cuadro original”, abusando de la ignorancia de las gentes que se engullen lo que le pongan en los programas escolares, hasta hoy mediocres.
Casos como el de Atotonilco el Alto, en que hay una equivocación de por lo menos dos siglos en lo que toca a su fundación, nos pone los pelos de punta, porque se tendrá que desechar su escudo de armas; y no poco material de leyenda, con que se quiso hacer de esa ciudad colonial, una fundación purépecha.
Sea eso botón de muestra, para medir las consecuencias de una identidad histórica adulterada; que por supuesto no ha dado consistencia cultural a una ciudadanía que por eso no tiene conciencia trascendente.

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