Padre Miguel Angel

La semana de la familia

Por el padre Miguel Ángel
e-mail: padremiguelangel@yahoo.com.mx


Cuentan que una mujer perdió a su esposo, al que amaba profundamente, se sintió sumergida en el más terrible de los desconsuelos. Por meses enteros pareció olvidar qué significaba sonreir. Un día se asomó casualmente por la ventana y vio a dos niños en la calle.
Parecían muy pobres. Iban descalzos y cubiertos apenas por un trapo:
La mujer salió de su magnífica residencia y les preguntó:
-¿Quiénes son sus padres?
-Somos huérfanos –contestaron los niños-.
-¿Quién cuida de ustedes? –preguntó aún-.
-Nuestros vecinos nos hacen regalitos de vez en cuando –respondieron-, con los que hemos logrado sobrevivir.
Olvidándose por un momento de su dolor, la mujer llevó a los niños a una tienda y les dijo:
-Tomen lo que deseen: ropa, zapatos, dulces… ¡Lo que quieran!
Los niños no podían creerlo. Mientras elegían lo que necesitaban, su alegría llegó más allá de todo límite, y algo de su gozo se filtró en el corazón de la mujer.
Se olvidó de sus penas y por primera vez en meses su rostro de cubrió de sonrisas.
En la medida en que hacemos felices a los demás, nos hacemos felices a nosotros mismos, y a menudo más.
En el transcurso del mes de octubre se está celebrando la “semana de la familia” en todas las ciudades, pueblos y ranchos de nuestra diócesis y quise entresacar algunas reflexiones que se están comentando.
Vivimos hoy en todo el mundo una cultura ambivalente que aspira a una humanidad nueva y mejor pero que al mismo tiempo se pregunta si no sería mejor no haber nacido o si es lícito llamar a otros a una vida que luego maldecirían por el mundo cruel, errores ni siquiera son previsibles.
Vivimos hoy, en loco el mundo, una cultura contraria a la vida donde la mayoría de los responsables de generar la vida o de protegerla y defenderla se sienten con todo el derecho a decidir cuántos tienen que nacer; imponen, por la fuerza de los Medios de Comunicación, los métodos anticonceptivos más eficaces y fáciles de usar y otros peores como los abortivos.
Aumenta el número de abortos, especialmente de jovencitas, apoyadas en las campañas mediáticas que los gobernantes hacen favor del aborto, ahora por cualquier motivo.
Sin embargo son más los matrimonios que la llegada de un hijo aunque no esté planeado, siempre es bienvenido. El aborto es más una opción para las parejas que para los matrimonios.
Crece el número de esposos que planean tener muy pocos hijos, tal vez influidos por las políticas de gobierno, las cuales buscan, por todos los medios, bajar la tasa de natalidad. Por eso el anuncio de un nuevo hijo ha dejado de ser una buena noticia y una bendición y se ha convertido en un problema que preocupa a la madre y enoja al padre.
En los divorcios queda muy claro que los hijos pasan a un segundo plano. Ya que deben los hijos sacrificarse para que los dos (o uno) de sus padres se realicen en un nuevo matrimonio.
Muchos padres están convencidos que su principal deber educativo hacia los hijos, más que en transmitirles valores, está en enviarlos a una buena escuela y promoverlos a lo largo de su carrera de estudiantes para que cumplan con sus tareas y coronen sus estudios mediante una carrera.
Sin embargo en nuestras comunidades hay muchos padres varones que tratan de acompañar a sus hijos para educarlos de la mejor manera posible.
Principalmente en los valores morales, sociales y cristianos. Aspiran a que sus hijos sean honestos ciudadanos y buenos cristianos.
-Tenemos casas más grandes pero familias más pequeñas.
-Tenemos más compromisos, pero menos tiempo.
-Tenemos más medicinas, pero menos salud.
-Hemos multiplicado nuestras fortunas, pero hemos reducido nuestros valores.
-Hablamos mucho, amamos poco y odiamos demasiado.
-Hemos conquistado el espacio exterior, pero no el interior.
-Tenemos mayores ingresos, pero menos moral.
-Estos son tiempos con más libertad, pero menos alegría.
-Con más comida, pero menos nutrición.
-Son días en los que llegan dos sueldos a casa, pero entran los divorcios.
-Son tiempos de casa más lindas, pero más hogares rotos.

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