Tepatitlán en el Tiempo

Los papalotes

Por Juan Flores García

“Febrero loco y marzo otro poco”, reza el refrán y para nosotros los chamacos, adolescentes y jóvenes, de allá de aquellos años, estos meses nos daban la oportunidad de hacer volar nuestros papalotes. Todos en cada uno de sus barrios, nos poníamos a hacer aquél papalote que sería el orgullo personal, o en equipo, nos reuníamos para confeccionar nuestro artefacto volador. Los hacíamos de todos los tamaños y materiales; los había del tamaño del pliego de papel, de medio y de un cuarto. El material era según la posibilidad económica, de papel de china, de envoltura o de simple periódico. Se utilizaba también popote grueso de escoba popotona, engrudo y cordoncillo. Cada uno desarrollaba toda su imaginación para que resultara consistente y lograra mayor altura. Así que, una vez cumplidas nuestras obligaciones domésticas que nos imponían nuestros padres, con todo esmero dedicábamos aquellos ratos desocupados a la realización de nuestro instrumento de diversión.

Una vez hecho el papalote, nos reuníamos en los terrenos que hoy ocupan la Unidad Deportiva, la Plaza Hidalgo, el Colegio Morelos y la Casa de Ejercicios. Por todos los rumbos de la ciudad también se ponían a volarlos, sólo que por la ubicación y la altura del terreno, eran más propicios esos lugares. Allí estábamos todos los de los barrios: El Toreo, Puente de Palo, San Antonio y Barrio Alto. (He sido repetitivo en mencionar esos lugares para las nuevas generaciones, porque los que en ese tiempo gozamos de este deporte, nos ubicamos en el recuerdo). Comenzaba el “tanteo” de hacer volar el papalote. Que colea, a ponerle o quitarle la cola; esta era de tiras de ropa usada que teníamos ya prevenida. Pronto el espacio se llenaba con una considerable cantidad de papalotes. Su variedad de colores y tamaños, proporcionaba un espectáculo único. La gritería y las porras se escuchaban. Nuestra bola de cordoncillo enrollada sobre el trozo de madera, se agotaba y de allí sosteníamos el papalote; empezábamos a enviar aquellos “mensajes” que en forma redonda y de papel oropel, (de las cajas de cigarros) se iban deslizando a la altura del cordoncillo, hasta llegar al papalote.

Así, felices, veíamos como las tardes del domingo pasaban tan rápido. En aquella competencia de altura, en la que deseábamos que nuestro juguete llegara hasta el cielo, pasábamos la temporada de los meses de febrero y marzo que nos brindaban el viento, elemento necesario para este pasatiempo. También para las niñas había la ocasión de participar en este deporte; ellas elaboraban “las palomas”, que eran en forma triangular y de estructura más sencillas y sostenidas con hilo delgado, las hacían volar. También participaban algunas de nuestras familias, acompañándonos, instaladas bajo la sombra de un fresno o de un zapote, observaban como sus hijos gastábamos energías en ese pasatiempo.

Tampoco nos escapábamos de aquellos remolinos que levantaban altas nubes de tierra, que nos envolvían, echando abajo nuestros papalotes. Con todo eso, nos llenábamos de satisfacción y haciendo comentarios regresábamos a nuestros hogares, para esperar con ansia otro día, para competir y conservar la mente sana en cuerpo sano. Hoy, para muchos jóvenes, no hay papalotes, sólo “papalinas” porque el espacio es ilimitado ya que ha proliferado el caserío, porque es otra época, y por eso decimos que así fue Tepa en el tiempo.

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