Hace ya 29 años
Por el padre Miguel Ángel
padremiguelangel@yahoo.com.mx
Se ha comentado en varias ocasiones que el Papa Benedicto XVI muy probablemente nos visitará dentro de un año. Sería para México una gran bendición como lo fueron las visitas de Juan Pablo II.
El 26 de enero del 79, Juan Pablo II emprendió su primer viaje como Papa. Su meta era México; el propósito del viaje, inaugurar la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla; su deseo profundo, arrodillarse frente a la Virgen de Guadalupe para confiarle su vida y su pontificado.
El 8 de abril de 2005, Juan Pablo inició su último viaje, el más corto de su pontificado: su cuerpo, minado por un largo vía crucis, fue sepultado en las grutas vaticanas a pocos metros de la capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe que él había hecho construir en 1992, en el lugar más privilegiado del Vaticano, al lado de la tumba del apóstol Pedro, para que hubiese en su casa "una prolongación del Tepeyac".
No se pudo evitar ver en este destino final, meta diaria de unos 20 mil peregrinos que quieren pasar durante unos segundos frente a su tumba, un signo indeleble de la relación única y extraordinaria que existió entre Juan Pablo II y México.
El Papa alentó a los mexicanos, les dio razones de esperanza, los motivó con sus discursos, con su contacto humano, despertó valores que estaban ahí, pero anestesiados.
Para las fuerzas anticlericales los millones de personas en la calle para ver al Papa fueron una revelación porque habían perdido la noción de la fuerza de la Iglesia.
"Si hay un país que quiere al Papa -dijo muchas veces Juan Pablo II-, ése es México."
México marcó profundamente a Juan Pablo II. Al volver de su primera visita, que lo había dejado sin habla por el brote indescriptible de fe, de júbilo y de esperanza de millones de mexicanos que se volcaron a las calles de todo el país para seguirlo paso a paso.
En México descubrió a un pueblo sediento de expresar con orgullo y alegría su religiosidad; escuchó "las mañanitas" que no le dejaban descansar ni de día ni de noche, las porras, que al principio no lograba entender, como la de "chiquitibum" y "ra, ra, ra" que para él eran "a, a, a", los espejitos mirando hacia el Sol para despedirlo, descubrió que "los mexicanos saben rezar, saben cantar, bailar, pero sobre todo... gritar! Descubrió a la Virgen de Guadalupe.
Desde que volvió de su primer viaje a México, sobre su escritorio siempre estuvo una imagen de la Virgen de Guadalupe; que en la entrada de su casa estaba muy visible en la pared, un cuadro que representa a la Virgen de Guadalupe, y que después de la segunda visita a México, en 1992, inauguró en las grutas vaticanas la capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe.
El mundo descubrió a Juan Pablo II en México: fue ahí donde quedó de manifiesto en una forma extraordinaria, su sentido del humor, su arte para acercarse a la multitud, su don de gentes, su capacidad asombrosa de improvisar incluso en un idioma ajeno al suyo, sus bromas, su paciencia ante el "asalto" de los fieles.
La etapa en Oaxaca ha quedado en la historia de los viajes papales por haber sido el primer encuentro entre un Papa y el mundo indígena.
Según el fotógrafo de Juan Pablo II, Arturo Mari, una de las mejores fotos del pontificado fue la de Juan Pablo II levantando a un niño indígena en Cuilapan. La ternura que brota de ese abrazo es más elocuente que mil palabras.
Fue ahí donde el representante indígena, Esteban Hernández, le dijo al Papa, tuteándolo, que "los indígenas mexicanos viven peor que sus animales".
El Papa quedó tan prendido de México, que recordaba incluso en el Vaticano las palabras de las canciones populares que le habían acompañado en sus recorridos. Entre sus favoritas estaba la de "La morenita":
"Conocí a una linda morenita y la quise mucho. Por las tardes iba enamorado y cariñoso a verla. Al contemplar sus ojos, mi pasión crecía. Ay morenita mía, no te olvidaré. Hay un amor muy grande que existe entre los dos..."
A pesar de que no había relaciones diplomáticas, no faltó en ese primer viaje una visita privada a la casa presidencial y a la residencia de la mamá del presidente que ahí le dijo a la comitiva papal: "Los dejo en manos de una familia católica". Durante el encuentro sumamente cordial se le ofreció a Juan Pablo II un jugo de lima. Los meseros, que no creían que les había tocado atender nada menos que al Papa, ¡guardaron como una verdadera reliquia el vaso sin lavar donde había bebido Juan Pablo II!
La última imagen de esa primera visita fue la de Juan Pablo subiendo la escalerilla del avión, mientras sonaba melancólica la entrañable canción "Las golondrinas", conmovido, abrumado por tanto calor humano y con pesar por dejar un país y un pueblo que había hecho vibrar su alma.
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