Tepatitlán en el tiempo

El gallo

Por Juan Flores García

En la época romántica, cuando con la serenata y por medio de la melódica voz de aquellos trovadores, despertábamos del plácido sueño a la novia, que cerca del enrejado y en la tranquilidad de la noche se escuchaban las palabras de aquella melodía de introducción que decía: “Despierta, dulce amor de mi vida…” nuestro corazón de joven enamorado se henchía y palpitaba aceleradamente. Nos sentíamos tan cerca de Dios, de las estrellas y todo el universo lo hacíamos nuestro. La paz y la tranquilidad de la noche eran propicias. Sentíamos tan cerca de nosotros a aquella, que en su lecho acurrucada, escuchaba embelesada tan dulces melodías. Su corazón a no dudar estaría también acelerado.

Todos, quien más, quien menos, hicimos de nuestra juventud el nido en nuestro corazón para alojar aquel amor, limpio ardiente y duradero. Para rendir homenaje a la amada, le llevábamos aquel famoso gallo.

Para tal efecto contratábamos a un gran conjunto musical que existió en nuestro Tepa y nos deleitaba con sus privilegiadas voces y el ágil manejo de sus instrumentos, con cuyas notas musicales daban elegancia al placer de comunicar los sentimientos de amor. Los Ezequieles se llamaba el conjunto y sus integrantes eran, don Ezequiel Gutiérrez y sus cuatro hijos Alfredo, Lauro, Luis y Chencho, así como J. de Jesús Torres El campas y Jesús Sánchez El Guayul.

Cobraban a cinco centavos la pieza. Después por los años cuarentas, al llegar la carretera a nuestro Tepa, la cobraban a diez centavos, y a tres pesos cincuenta centavos la hora. Así recorrían las calles a solicitud del contratante.

Había otras personas que también tocaban, entre ellas, don Antonio Ibarra, le faltaba un ojo y le decíamos Antonio el Ciego. Se acompañaba con Jesús, Antonio tocaba la bandolina y Jesús el bajo.

En aquellos años el noviazgo no era tan fácil. Pocas parejas tenían la suerte de platicar a la luz de la noche (¡Cual luz, si apenas se distinguía el foco!, es un decir). La mayoría teníamos que platicar a través del ojo de la chapa de la puerta, que permanecía cerrada. O bien, tendido en la banqueta y por debajo de la puerta. ¡No, sí se sufría! Pero qué importaba, si no se podía de otro modo.

Como decía el Casiro ¡Pa’ carreras no alcanza uno!” lo que sí cuenta es que nos dimos una hermosa enamorada y aquí nos tiene ya con nietos y hasta bisnietos. Todo por la época romántica que nos tocó vivir. Por los gallitos que les llevábamos a nuestros amados tormentos y con tanta dificultad noviábamos.

La despedida de esas serenatas, era con aquella hermosa canción que decía: “Buenas noches mi amor, me despido de ti…” y por eso decimos que así fue Tepa en el Tiempo.

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