Puro cuento

Por Juan Flores García

Decimos que “le hacemos al cuento”, cuando por ejemplo exageramos algo, o cuando hay alguna cosa que no le vemos solución, decimos que es “cuento de nunca acabar”.

Esta es una palabra que usamos mucho para mencionar cualquier cosa, como cuando andamos camelando, o sea, embaucando a la gente, haciendo adulación para conseguir lo que queremos. Tiene tanta aplicación esta palabra “cuento”. Hasta podríamos ocupar todo este relato en darle uso.

Cuando éramos pequeños, nuestros padres o personas mayores que tenían derecho a corregirnos, aunque no fuéramos parientes, por algo mal hecho y queríamos mentir, nos decían: “No me venga con cuentos, dígame la verdad”. Fíjense como cuando se nos reprendía se nos hablaba de usted y nos decían “A mí no me gusta ese cuento chino; dígame la verdad”. Si no decíamos la de a deveras, se ponían a contar hasta diez… fajazos en el lugar que ocupamos para sentarnos, dados con sabor, pero cómo nos sirvió para que no fuéramos mentirosos. Y con otra que cuando recibíamos este castigo y chillábamos por el dolor, también nos decían que no chilláramos, que no le hiciéramos al cuento.

Por tres cosas nos pegaban duro, por mentir, por ser impuntual y robar. Por esto, cuando nos sorprendían robando un huevo de gallina para venderlo y comprar lo que teníamos ganas ¡Qué bárbaros, cómo nos daban a llenar! Nos sentenciaban “primero muerto a tener un ratero en mi casa”. Pero si estaban cuidándonos de todo, por eso la honradez era de primera. ¡Que esperanzas que anduviéramos con cuentos chinos transando a la gente!

Cosa también que cuidaban era que no anduviéramos con chismes, que tanto mal hacemos con eso y si lo contábamos, nos decían que no viniéramos con cuento de viejas, o que era cuento de la lechera. Esto último lo comprobamos cuando en Guadalajara se acostumbraba vender la leche en lugares apropiados que les llamábamos lecherías. Las lecheras casi todas le hacían al cuento del chisme, platicando con fulanita o manganita, tenían a los demás sin atender.

Pero también hay los cuentos aquellos que ya no se usan, aquellos que se contaban para pasar el rato, para divertirnos y que nuestra imaginación volara para hacer realidad lo que estábamos oyendo. Nos contaban de todo ya que hay cuentos de todos colores. Blancos los que nos contaban las abuelitas, verdes los de nuestros peritos y rojos los que solo los adultos entendían o podían oír. Por eso nuestro pasa tiempo de la niñez era puro cuento, pero cuento de aquellos que con tanto sabor nos contaban. Había personas como la abuelita linda que visitábamos, por la forma que tenía para deleitarnos una forma muy especial que ella tenia, doña Aurelia Arias, que era la mamá de Luis Manuel Martín del Campo.

Ella nos contaba uno que nos gustaba mucho: La flor de Ailala. Así empezaba: “era un viejito que tenía tres hijos. El chico era el consentido porque los grandes lo peleaban mucho y un día los dos grandes dijeron: Mira a ver si nos dejan ir a traer leña y matamos a nuestro hermano porque por él sufrimos mucho. Rogando lo dejaron ir con ellos, lo llevaron al cerro y junto a un árbol lo mataron y lo enterraron a los pies del árbol. A los pocos días, nació una rama y una flor preciosa, muy bonita. Un cedacero que tenía que ir al cerro a traer palos para hacer sus cedazos, fue y va viendo la flor, la corta y luego se la pone en la boca y le pitó y la flor le cantó – pítame mi cedacero, pítame con gran dolor/ mis hermanos me mataron/ soy espina de esta flor”.

Esta es solo una estrofa de este largo y bonito cuento. Como esta linda dama que nos entretenía contándonos cuentos, había otra la no menos conocida señora, que tenía en su repertorio tanto cuento, que de pericos y todo nos contaba. Doña Jesusita Navarro de Aceves que era esposa de don Salvador y fueron dueños de esa casona que está junto a la refaccionaria El Gallo. Nos contaba uno de perico famoso que tenía en el enrejado de una ventana. Este cuento es cortito: “Estaba en un tendejoncito un señor que tenía un perico, El señor se metió a la trastienda a un negocio y dejó al perico en el tendejón. Llega un señor y dice ¿Hay frijol? Le dice el perico: sí; ¿a cómo vale? A tres centavos, ahí péselo porque no está el dueño. El hombre pesó el frijol y luego dijo: Allí dejé el dinero que está en el mostrador. Salió el dueño de adentro y le dijo al perico ¿Quién dejó el dinero que está en el mostrador? Y el perico dice: Pos yo, porque vendí frijol. ¿A cómo? – A tres centavos. El hombre le dio una monda de palos al perico que lo dejó todo pelón. Otro día llegó un señor calvo al tendejón y le dice el perico: Oiga señor, ¿también usted vendió frijol a tres centavos?

Doña Jesusita vendía zapatos en su casa y vendía tanto por aquellos años, que su cliente la gozaba oyendo aquellos cuentos. Todavía de los años cincuenta para atrás, nos contaba, hasta que se fueron a vivir a Guadalajara. Sus hijos fueron Cecilia, el Pitoloco y Chema.

Así que como hemos dicho del puro cuentos nos divertíamos y de tanto que oíamos del perro y del coyote. El coyote y la tuza, los seis cabritos y de pericos de todos, hasta delos que echaban vigas. Los ya mayorcitos nos criamos con cuentos sanos, y por eso decimos que así fue Tepa en el tiempo.

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1 Comentarios

  1. Gracias a los que hicieron posible este segemento, recordar es volver a vivir, tanto mi abuelita Jesucita como Cecilia q.e.p.d fueron unas guerreras, trabajadoras, Alegres,y yo como esponja lo absorbi, esto es lo que a mi me ha ayudado a sobresalir.
    Yo vivo en Los Angeles,CA y desde aca comparto mis emociones, para mi viven en mi corazon por lo tanto ellas no mueren""vivir en los corazones eso no es morir""
    Aplaudo al escritor,editor y equipo.

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