Por el padre Miguel Ángel
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En cierta población, vivió un joven que se distinguió por ser el más alegre y vivaracho de su pueblo. En todos los festejos nocturnos, era el primero en armar buen ambiente, y nadie se iba mientras él fuera promotor. Al que conocemos como el “el alma de la fiesta”, eso era este chico, pero elevado a la décima potencia. Unido a este volcán de vitalidad, poseía un corazón de oro, que era la verdadera fuente de su alegría.
Le encantaba estar fuera de casa, con sus amigos, hasta altas horas de la noche. Se esperaba a que todos los del pueblo comenzaran a roncar, y entonces recorría las calles, cantando a todo pulmón. Entre sus aficiones estaba, como es natural, la de dejar correr por su garganta al contenido rojo de un par de botellas de vino generoso. Siempre con los amigos y prueba de ello es que su pandilla era conocida como la “Compañía de la alegría”. Era de humor vivo, de inteligencia ágil y de espíritu abierto y fogoso. El típico que encuentra el comentario oportuno para la ocasión. Con las mujeres se comportó siempre como un caballero, y las trataba como si se tratara de su propia madre.
Su padre tenía mucho dinero, y era un rico comerciante de telas finas y extranjeras, de los hombres más afamados y respetables en la región. Sin embargo, este joven no fue de aquellos a los que los billetes les calientan la cabeza y por eso no fue contado entre los “fresas” de su tiempo. No quiso hacer lo que la mayoría: buscar lo más refinado, acudir a lugares “exclusivos”, aumentar más y más el valor de su ropa, y ampliar sus closets con marcas caras y “de prestigio”. No. Él encontró una manera más divertida, más original, e incluso podríamos decir “agresiva” para las costumbres de su pueblo. No es que fuera loco, o que careciera de sentido común, pero no podía ver una necesidad en su prójimo, sin que sintiese vivamente el reclamo de su conciencia para solucionarlo.
Así, si veía a un pobre hombre mal vestido, él sacaba vestidos del almacén de su padre para vestirlo. Muchas veces, incluso llegó él mismo a quitarse alguna prenda, y se la ofreció a los necesitados.
Cuando se sentaban a la mesa, siempre ponía panes de sobra en el canasto, para tenerlos a la mano y regalarlos a los necesitados que tocaban a la puerta…
Nos puede parecer insólito e increíble este caso. ¿Por qué un joven iba a actuar de ese modo, con dos comportamientos tan distintos? No se trata de actitudes opuestas. Ambas nacen de un corazón auténticamente humano, que no sabe otra cosa más que amar sin distinciones. Cuando se llega a entender que sólo se tiene una vida, y la mejor manera de invertirla es donándose y amar… entonces se comprende por qué cada día es una fiesta, para aprovecharla hasta la última gota con los demás. Entonces, nuestra vida será una fiesta sin límites, sin límites en la felicidad y en el amor.
Me olvidaba de un dato fundamental. Este muchacho tan festivo y divertido, como noble y magnánimo, se llamó Francisco, de un pueblito, gracias a él, muy conocido: Asís.
Precisamente en estos días comienza el novenario en honor de este gran santo.
Se ha dicho que fue quien más se asemejó a Jesucristo por su vida pobre, humilde y sencilla.
Nuestro señor le hizo el regalo de llevar hasta el final de su vida las llagas en las manos, pies y costado.
Que San Francisco ruegue a Dios por nosotros.
1 Comentarios
Esta es mi oración a San Francisco de Asís
ResponderBorrarSan Francisco, ruega por todos los curas pederastas. Estos son unos hipócritas aprovechados de sus sotanas y de su chamba. Además todos están protegidos de sus también hipócritas obispos. Líbranos San Francisco de todos ellos, amen.