Don Pitacho

Por Juan Flores García

Cuando de a deveras valía el dinero, y dale con la queja de siempre, cuando decíamos un peso y ese peso valía lo que pesaba, y la manteca de cerdo se compraba por arrobas, cuando la nigua de muchachos andábamos de escuelita en escuelita y era el tiempo en que los titiriteros nos daban fiesta alegrándonos con sus bien movidos títeres dándoles vida. Entre estos había un señor conocido como el “Cuije” que tenía un hermano que le decían “El Picao” porque le había pegado la terrible enfermedad de la viruela, también tenía una hermana que se llamaba Quila. Este nombre suena raro pero acordémonos que así era, se nos hacen que suenan raros y se nos hacen feos, muy pocos aceptamos el nombre que nos pusieron, por lo menos se pronuncian como suenan, no tenemos que traducirlos, siempre se ponían el nombre que les venía en el calendario tomado del santoral, en la fecha de nacimiento.

Viene al caso que si se quiere tomar así, contar un chiste de un nombre de estos: se contaba por esos mencionados tiempos, que había un señor de aquellos hacendados, desde luego muy rico, él presumía de muy educado y de buenos gustos. Estaba casado con una mujer que no contaba con esta cualidad y siempre que salían a alguna reunión o fiesta lo hacía quedar en ridículo. Nuestro hombre se llamaba Epitacio. Una vez tenía que ir a Guadalajara para asistir al Teatro Degollado para ver una función de ópera y ella le pidió que la llevara, pero él se negaba porque ya sabía con lo que contaba y cómo quedaría con la crema y nata de la sociedad que asistiría. Tanto insistió ella que pensó ponerle condición para llevarla y consistía en que no hablara ni una sola palabra y para mayor seguridad, ella estaría en la galería, lo más alto del teatro. Aceptó y se fueron él en luneta y ella arriba. Él estaba totalmente calvo y no sabemos, si a media función o en el intermedio, la mujer desde arriba lo reconoce por la calva y sintiéndose sola le grita a todo pulmón; ¡Pitacio…. ¡Pitacio! ¡Qué jondo te miro…! ¡Mírame a mí cuan alto y cuan compungida! Y se acabó la función para don Epitacio.

Sigamos pues con lo de los nombres. Otro de los que hacían esas funciones de títeres era Don Pitacho, todos ellos hábiles, sencillos, venidos de Guadalajara. Estos señores andaban por los pueblos grandes o rabones sembrando alegría para recoger aplausos, nunca faltaba quien les prestara una casa con aquellos patios grandes. Por tres centavo o un huevo nos dejaban entrar a los chicos, y diez centavos a la personas mayores. Sentados en el suelo, o algún banquito, nos poníamos a verlos. En la función representaban a los hombres bragados, como los de aquel tiempo de gente sin miedo; en ese tiempo las pistolas rifaban y se veían a hombres que en la cintura cargaban esos fierrotes con tanta bala. Cuando por chiste se encontraban en la función los títeres compadres, si alguno andaba de mal genio le decía al otro: ¡Ay compadre que feo estás!, “Pos tu también”, ¿que tal si nos quitamos lo feo? “Pos ya vas” y nomás sonaban los balazos y caía uno para un lado y el contrario para el otro. En la vida real así nos toco ver a unos que se pegaron los dos, por eso los titiriteros interpretaban esos hechos, porque andaban por los pueblos y muchas veces vieron como se retaban sin ninguna razón.

Los tiempos fueron cambiando y se fue prohibiendo el uso de las armas. Recordando con mucho agrado a los titiriteros que nos dieron tanta alegría decimos que así fue Tepa en el tiempo.

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