Por Juan Flores García
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Ocupados en tiempo del conflicto religioso en el mero apogeo de esa guerra entre hermanos, allá por los años de 1927 a 1929 en que en Tepa se peleó fuertemente por esta causa, se conoció años más tarde que estuvo de paso un hombre, famoso curandero de su época conocido como “El hombre más bueno del mundo”.
Fidencio Sindaro Constantino, “El Niño Fidencio” que creyendo que el Cielo le había concedido un poder extraordinario para remediar los males que aquejan a la humanidad compartió sus conocimientos con los que lo necesitaban. Pero, ¿curaba Fidencio?, ¿fue un genio?, ¿un hombre sobrenatural enviado por Dios a la tierra para desconcertar con curaciones maravillosas? o, por el contrario, ¿un curandero vulgar?, ¿un explotador?
Un hombre de inteligencia natural que no sabía ni leer ni escribir; ése era, a grandes rasgos este curandero que allá por el año de 1927 llegó a ser la figura más popular de México. Alto, fuerte, de cabello largo como si nunca se lo cortara, lampiño, de ojos azules, carácter tímido, de treinta y tantos años con modales de niño, por toda indumentaria un hábito blanco. El pelo rizado, paliacate de seda al cuello, como revolucionario, túnica blanca, como religioso, que le llegaba hasta los pies descalzos.
“El Niño Fidencio”, un tipo único. Sin saber de su origen, contados sus días o tiempo de duración en nuestro pueblo, quienes tuvieron oportunidad de recibir una curación de este hombre, han partido ya a la vida eterna, con ellos un pariente que fue de su servidor y participó con el grado de capitán como cristero hasta el final y por algunos años anduvo huyendo. El Niño Fidencio, en sus correrías fue a dar por allá a un lugar del Estado de Coahuila conocido como Espinazo en el año de 1934. Después de haberse convertido en el más famoso curandero asombrando al mundo y a la ciencia con sus desconcertantes curaciones, transformó un desierto en una población de miles de habitantes.
De todos lados se dirigían a ese lugar atraídos por la fama ganada de Fidencio, el camino doliente que conduce a Espinazo conoció las plantas de los más pudientes personajes de aquellos tiempos; vio desfilar a ministros y embajadores, banqueros y científicos, ricos y pobres. Allí estuvo un Presidente de la República: el General Plutarco Elías Calles. En una sala pequeña que él destinó para consultorio, se encontraba el famoso curandero, rodeado de un centenar de personas. Paralíticos, tísicos, leprosos, mujeres embarazadas, todas la enfermedades se encuentran allí reunidas. Sentado en una silla, Fidencio va atendiendo a uno por uno y cuando la consulta ha terminado, el enfermo le besa la mano y le pide luego su bendición. Arriba en la pared, sobre la silla que ocupa el curandero, se halla una imagen de Cristo Crucificado. Es el Cristo que al decir de la gente guiaba al Niño Fidencio en sus curaciones para darle “ese poder para aliviar los males que ningún médico podía aliviar”.
Cuando caminaba “El Niño Fidencio” la gente lo seguía, unos le besan la mano y otros se agachaban para besarle los pies, las mujeres lo cubrían de besos. El sin decir palabra, reparte bendiciones, mientras hace con los dedos la señal de la Cruz, que todos besan. En la vasija de metal tiene el agua de hierbas que ha preparado, la gente toma con ansia. Y es entonces cuando los conocimientos se manifiestan; cuando aparece el hombre que cura no solamente por sugestión, sino por lo que sabe sobre las cualidades de las distintas hierbas que se dan en México: “Esta es buena para la sangre; aquella fortalece el cerebro; esta para las huesos”, explicaba.
Cosas maravillosas contaban de Fidencio. Por algunos años se estuvo hablando del “Niño Fidencio” hasta que el tiempo se encargó de que viviera en las sombras, añorando tiempos idos, pero con la esperanza de que algún día Fidencio volviera a ser lo que fue.
Esta es la historia de un curandero, de un hombre que pudo haberse convertido en uno de los más poderosos personajes de la tierra; el hombre que repartió la fabulosa suma de un millón de pesos entre la gente pobre, y sus últimos años los vivió con modestia, sólo conservaba un edificio de dos pisos que él dedicó a sanatorio, donde estaban recluidos enfermos que él mantenía.
Así fue este hombre que se dice pisó estas tierras, seguramente de paso para establecer en aquel lugar su “Consultorio”, recordando a este gran personaje decimos que: así fue Tepa en el tiempo.
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