Tarde de miedo



¿Cuántas cosas raras puede ver uno en una sola tarde-noche? ¿Qué tal una batalla campal? ¿Un cantante de ópera? ¿Una mujer con medio cuerpo quemado? ¿Qué tal todo junto? Si uno contara todo lo que ve en la calle muchos no creerían semejantes crónicas urbanas y pensarían que uno las está inventando, pero puedo asegurarles que todo esto fue real:

Como muchos lectores ya saben, yo ya no vivo en Tepatitlán, sino en la capital del país y aquí uno nunca puede decir que lo ha visto todo. Hace unos días, caminando por el centro, entré a una tienda a comprar chácharas y al momento de salir, se armó la bronca afuera. Como diez muchachos o más, entre ellos una joven como de 20 años tratando de patear a otro fulano, se agarraron a trancazos en plena calle Madero, que está muy cerca del zócalo y que siempre , menos ese día, está llena de policías y agentes de tránsito. La pelea creció y creció, como en las películas, todos contra todos. A uno lo patearon entre dos enfrente de nosotros; a otro lo empujaron hacia la tienda donde estábamos y ahí fueron a perseguirlo los que lo estaban golpeando. Afortunadamente los mismos elementos de seguridad echaron fuera a todo el que intentó entrar y pronto el montón de peleoneros se fue hacia otra calle, así que pasó ese peligro.

Yo nunca había visto una pelea callejera y mucho menos entre tanta gente. ¿Qué más podía pasar? Cansada de caminar y, lo confieso, un poco asustada, comencé a regresar a mi casa y tomé el metro, que siempre es una galería de personajes extraños.

Primera estación: un muchacho de veintitantos y con un sentido de la moda retrasado por lo menos 20 años abre la boca y canta, era el Ave María y, no sé si a los que saben de ópera pueda que les parezca chafa, pero a mí sí me impresionó. Cantaba en latín y se paseaba por todo el vagón con una voz, creo yo, tan poderosa, que le habría dado mi cooperación voluntaria si hubiera tenido monedas a la mano. Creo que medio vagón sí le dio. Según él, estudiaba música sacra y coral en el conservatorio y cantaba en el metro y los camiones para “ayudarse con sus estudios”. Vaya, pues, le deseo buena suerte porque canta muy bonito. Hasta el vendedor de discos piratas (nunca falta un vendedor de discos piratas en el metro) apagó la música mientras sonaba el Ave María.

Segunda estación: cuando pensé que el susto de la pelea callejera se me había pasado con el buen rato oyendo el Ave María a capella, una mujer algo vieja, le calculo unos 60 años, recorre los vagones pidiendo limosna. Eso no es raro, lo raro era que la pobre mujer tenía medio cuerpo quemado. La mitad de su cara estaba irreconocible, le faltaba el ojo derecho y el pelo en el mismo lado y su mano derecha estaba retorcida, inútil, supongo que por el mismo fuego. Parecía salida de la casa del terror. “Una limosnita la virgen les ha de ayudar…” decía, pero nadie le dio nada. El humor “tenebroso” me volvió a la cabeza y la ciudad me empezó a dar miedo porque, además, llevaba todo el día enferma, con la cabeza embotada y con dolor en el cuerpo.

Andén de salida: Los que salimos del metro debemos bajar las escaleras “a pie”, pero los que entran pueden hacerlo por las escaleras eléctricas. Mientras yo bajaba la gente subía y entre ellos, un hombre de treintaytantos con la cara también quemada, con las cicatrices del fuego visibles y sin pelo. Me dio aún más miedo.

Llegada a casa: Cuando pensé que por fin iba a descansar me acerqué a la puerta del edificio donde vivo y me doy cuenta que no hay luz en tres cuadras a la redonda. Compro velas, entro a mi departamento donde siempre se están cayendo cosas sin que yo las mueva, enciendo una y la dejo en el baño mientras busco una botella (como cuando era niña) dónde ponerla pero, para variar, algo se cayó solo. Regreso al baño, lo levanto (eran unas varitas de olor) dejo la vela encendida y me siento en el sillón muerta de miedo, pidiendo a quien sea que por favor todo vuelva a ser normal, que no quiero seguir viendo gente quemada por las calles ni peleas ni oscuridad. Como si sólo me estuvieran esperando a que lo pidiera, volvió la luz.

De verdad que esta ciudad está loca, y más locos nosotros los que vivimos en ella.

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