Mayo: Rosario en familia

Por el Padre Miguel Ángel

Qué gran ayuda ofrecen los padres de familia a sus hijos, cuando les enseñan a hablar con Dios despacio, seria y delicadamente, como nos lo cuenta un amigo sacerdote:

“Es curioso cómo me acuerdo de la postura de mi padre. Él, que por sus trabajos en el campo o por el acarreo de madera siempre estaba cansado, que no se avergonzaba de manifestarlo al volver a casa, después de cenar se arrodillaba, los codos sobre una silla, la frente entre sus manos, sin mirar a sus hijos, sin movimiento, sin toser, sin impacientarse. Yo pensaba: Mi padre que es tan valiente, que manda en casa, que es insensible ante la mala suerte y no se inmuta ante el alcalde, los ricos y los malos, ahora se hace un niño pequeño ante Dios. ¡Cómo cambia para hablar con Él! Debe ser muy grande Dios para que mi padre se arrodille ante Él y también muy bueno para que se ponga a hablarle sin mudarse de ropa.

En cambio, a mi madre nunca la vi de rodillas. Demasiado cansada, se sentaba en medio, el más pequeño en sus brazos; todos nosotros a su alrededor, muy cerquita de ella. Ella decía las oraciones de punta a cabo, sin perder una sílaba todo en voz baja. Lo más curioso es que no paraba de mirarnos, uno tras otro, una mirada para cada uno, más larga para los pequeños. Nos miraba pero no decía nada. Nunca, aunque los pequeños enredasen o hablasen en voz baja, aunque la tormenta cayese sobre la casa, aunque el gato volcase algún puchero. Y yo pensaba: “Debe ser muy sencillo Dios cuando se le puede hablar teniendo un niño en brazos y en delantal. Y debe ser una persona muy importante para que mi madre no haga caso ni del gato ni de la tormenta”.

“Las manos de mi padre, los labios de mi madre, me enseñaban de Dios mucho más que mi catecismo. Dios es una persona muy cercana. A la que se le habla con gusto después del trabajo”.

Los padres cristianos, afirmó Juan Pablo II, tienen el deber explícito de educar a los hijos en la plegaria. Y el elemento fundamental e insustituible de la educación a la oración es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres.

Y el Papa Pablo VI decía a los padres de familia: “Madres, ¿enseñan a sus niños las oraciones del cristiano?, ¿Preparan a sus hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación?, ¿Los acostumbran, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezan el Rosario en familia? Y ustedes, padres ¿saben rezar con sus hijos, con toda la familia, al menos alguna vez? Su ejemplo, en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común vale una lección de vida”.

Es oportuno recordar algunas de las promesas de la Santísima Virgen a quienes recemos diariamente el Rosario:

-Quienes recen el Rosario con devoción, no morirán sin los sacramentos.

-Socorreré en sus necesidades a quienes propaguen el Rosario.

-Libraré pronto del purgatorio a quienes recen devotamente el Rosario.

-Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.

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