Hay que saber compartir

Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com

Hubo una vez, hace muchos años, un país que acababa de pasar una guerra muy dura.

Como ya es sabido, las guerras traen consigo rencores, envidias, muchos problemas, muchos muertos y mucha hambre. La gente no puede sembrar ni cosechar, no hay harina ni pan.

Cuando acabó la guerra y el país estaba destrozado, llegó a un pueblito un soldado agotado, harapiento y muerto de hambre.

Golpeó la puerta de una casa, y cuando vio a la dueña le dijo:
-Señora, ¿no tendría un pedazo de pan para un soldado que viene muerto de hambre de la guerra?”
La mujer lo miró de arriba abajo y respondió:
-Pero ¿estás loco?, ¿no sabes que no hay pan, que no tenemos nada? ¿cómo te atreves?”

Y a empujones con un portazo, lo sacó fuera de la casa. Pobre soldado. Continuó probando en una y otra casa haciendo la misma petición, y recibiendo a cambio peores respuestas y mal trato.

El soldado, casi desfallecido, no se dio por vencido. Cruzó el pueblo de punta a punta y llegó al final, donde estaba el lavadero público. Halló a unas cuantas muchachas, y les dijo:

-¡Eh, muchachas! ¿No han probado nunca la sopa de piedras que hago?
Las muchachas se rieron de él diciendo: -¿Una sopa de piedras?; no hay duda de que estás loco.

Pero había unos muchachos que estaban espiando, y se acercaron al soldado cuando éste se marchaba, decepcionado:

-Soldado, ¿Te podemos ayudar?, -le dijeron-. ¡Claro que sí! Necesito una olla muy grande, un puñado de piedras, agua y leña para hacer fuego.

Rápidamente, los muchachos fueron a buscar lo que el soldado había pedido. Encendieron el fuego, pusieron la olla, la llenaron de agua y echaron las piedras. El agua comenzó a hervir.

-¿Podemos probar la sopa?-, preguntaron impacientes los muchachos. -¡Calma, calma! El soldado la probó y dijo: -Mmm… ¡qué buena, pero le falta un poco del sal!.

-En mi casa tengo sal –dijo uno. Y salió corriendo por ella. La trajo, y el soldado la echó en la olla. Al poco tiempo volvió a probar la sopa y dijo:

-Mmm… ¡Qué rica!, pero le falta un poco de tomate-. Daniel, uno de ellos fue a buscar unos tomates, y los trajo enseguida. En un momento los jóvenes fueron trayendo cosas: papas, lechuga, arroz y hasta un trozo de pollo. La olla se llenó; el soldado removió una y otra vez la sopa, hasta que de nuevo la probó y dijo:

-Mmm… es la mejor sopa de piedras que he hecho en toda mi vida. ¡Vengan, vengan; avisen a toda la gente del pueblo que venga a comer! ¡Hay para todos! ¡Que traigan platos y cucharas!

Repartió la sopa. Hubo para todos los del pueblo que, avergonzados, reconocieron que bien era verdad que no tenían pan; juntos podían tener comida para todos. Y desde aquel día, gracias al soldado hambriento, aprendieron a compartir lo que tenían.

En estos tiempos de crisis económica hay mucha gente que no tiene trabajo ni comida. Si sabemos compartir, nunca nos faltará qué comer.

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