Demasiado orgullo

Demasiado orgulloso
Por el Padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com

Un grupo de jóvenes se dirigieron a un castillo localizado en el Estado de México, al cual llegaron cuando ya estaba cayendo la tarde. Recorrieron cada uno de sus salones y dormitorios, cuando de repente se oyó el sonido de un trueno, apagándose las luces inmediata y sospechosamente.

Elena aseguró a sus amigos que no había por qué inquietarse; ya que se trataba de un corte de luz. Pero el apagón se hacía más largo, y el castillo más tenebroso e inseguro. La única solución que propuso Pedro, fue quedarse quietos hasta que se restableciera el servicio eléctrico… pero era febrero, y Toluca es una ciudad muy fría, y posiblemente el frío acabaría antes con ellos.

Sergio alargó la mano hacia la pared, y haciendo un esfuerzo, sacó un pedazo de madera. “Esto nos servirá, denme un encendedor”, dijo.

Con aquel pedazo de madera, hizo una antorcha. La llama iluminaba la estancia, como si fuese un diminuto sol.

Sergio avanzó, guiando al resto del grupo, para poder salir del castillo. -Debemos de salir de aquí todos juntos, pues sólo tenemos una antorcha. Así que, permanezcamos unidos,-pidió.

Todos aceptaron, todos menos Jaime, quien argumentó conocer perfectamente el castillo, y no necesitar a nadie para salir de él. Además, continuó, la oscuridad no era tan grande, y hasta era posible encontrarse otro pedazo de madera para hacer una antorcha, aunque no le hacía falta.

Sus amigos trataron de disuadirlo, pero Jaime era demasiado orgulloso, y prescindía siempre de toda ayuda ofrecida.

El grupo prosiguió su camino hacia la salida del castillo; ya afuera, y conservando aún la antorcha encendida, -porque la noche estaba oscura-, oyeron un estrépito. Sergio, con la antorcha en la mano, salió corriendo hacia el lugar donde provenía el ruido. En el suelo yacía, en un charco de sangre, el cadáver del infortunado Jaime, quien se había precipitado por una de las escaleras del castillo. Los cuatro amigos lloraron la muerte de su infortunado amigo. Pero si Jaime hubiese seguido a Sergio, quien llevaba la antorcha, él hubiese permanecido con vida.

Como los protagonistas de esta historia, nosotros también nos hallábamos en un castillo, al que la tormenta del pecado dejó sin luz. Dios, por su infinito amor, mandó a su Hijo Jesús, para que con la antorcha de su vida, nos saque de las tinieblas de nuestro castillo.

Pretender prescindir de la luz y de su ayuda, es exponerse a caer a un precipicio del cual no habrá salida.

Siempre debemos disponer nuestro corazón para que Dios Nuestro Señor nos dé la gracia de la humildad.

Jesucristo nos dice cada día: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”.

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