Saber sufrir con alegría

Saber sufrir con alegría

Por el padre Miguel Ángel
padre.miguel.angel@hotmail.com


Una amiga me contó esta historia
“Me llamaron para visitar a un joven en su casa. Era un caso distinto a todos los demás. Se llama... no impórtale nombre, pero sí es importante su historia. No es la historia de todos pero sí la de muchos jóvenes. No es fácil mirar al futuro teniendo 23 años y una columna vertebral partida en mil pedazos, como consecuencia de un grave accidente.

No podía salir de su casa y por ello decidí visitarlo. Su hogar era una casa espaciosa, con un buen cuidado jardín a la entrada. La luz entraba tenue por entre las cortinas que, entreabiertas, daban la visión de otro jardín enorme, con árboles y flores, con piscina y una cancha de tenis bien cuidada. El silencio que allí reinaba era sepulcral. Nadie hablaba. En media sala, un joven fortachón, pelo largo, ojos apagados, sentado en una silla de ruedas, me miró e intentó sonreír pero no pudo.

“Pablo… me dijo -¿para qué mi colegio, mi universidad, mis inicios de postgrado en Inglaterra? ¿Para qué mis clases de fútbol, de ajedrez?... Nunca me preparé para caerme de una moto y quedar inválido. Mis padres decían: Tenemos un hijo que va a ser nuestro orgullo. Tú, decía mi padre: serás el continuador de mi imperio y serás temido entre mis competidores, porque yo te estoy preparando para ser un triunfador.

Tenía todo… me faltaba una moto, también la tuve. La mejor, 750 centímetros cúbicos. ¡Una bala! Tuve la moto y con ello lo creí tener todo… pero nunca tuve a Dios. No lo necesitaba. No estaba en mis planes, ni en los planes de mis padres. Nuestra ruta era la del triunfo y Dios no estaba en nuestro camino.

Un día, había llovido toda la noche. La pista estaba mojada. Yo quise arriesgar y vivir al límite de mis posibilidades, pero… la moto rodó por el asfalto y me golpeé contra el suelo. Mi columna se partió en cien pedazos. Meses de hospital, recuperaciones, futuro incierto. Nunca me prepararon para esto. Se olvidaron de mí y me olvidé de mi alma.

Díselo tú a la gente. A mí no me van a creer. Simplemente descríbeme y mi imagen es la más clara necesidad de Dios.

Para ser un triunfador en la vida, hay que empezar, seguir y terminar en Dios. Sólo así, con un espíritu fortalecido en la fe, podrás sentirte un hombre triunfador.

Uno hace una casa para construir un hogar, y así cuando llueva, tener dónde resguardarnos. Uno no tiene a Dios en su alma para cuando sufras un accidente, o te dé cáncer, o te despidan del trabajo… No. Tienes a Dios para ser feliz. El te resguardará del peligro, y si te pasa algo, El te dará consuelo. ¡Dios te bendice!
Cuando aquél joven sufrió el accidente y columna vertebral se partió en cien pedazos, Dios Nuestro Señor estaba ahí para tomarlo en sus brazos y enseñarle que iba a comenzar su calvario de varios meses de hospital.

Pero cuando la enfermedad se lleva con amor y alegría, lejos de ser una maldición se convierte en una gran bendición para la salvación propia y del mundo entero.
¡Aprendamos a aceptar el dolor sin desesperarnos!

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