El fracaso de la izquierda mexicana

Por Enrique Gómez Ramírez

No sé si los periódicos mexicanos publicaron el 3 octubre del 2007, la nota sobre la conferencia que impartió el expresidente español Felipe González ante el IV Encuentro de Empresarios de Guatemala. Allí, el ex presidente socialista afirmó que uno de los problemas para el desarrollo de América Latina es que la izquierda no se ha preocupado por crear riqueza, sino sólo por distribuirla, mientras que la derecha sólo se ha preocupado por crearla pero no por distribuirla.

Felipe González gobernó a España de 1982 a 1996 y durante esos 14 años dirigió una dolorosa transformación económica del país. Y digo dolorosa, porque para hacerle frente al rezago económico, el dirigente socialista privatizó más de 200 empresas que estaban en poder del estado, aumentó impuestos y “adelgazó” la industria metalúrgica, creando con todo esto un enorme nivel de desempleo inicial. Pero pese a estos problemas, los españoles continuaron eligiéndolo a su cargo en 1986, 1989 y 1993, terminando su mandato en 1996.

La crítica de Felipe González sobre la izquierda latinoamericana, que incluye a la mexicana, es valiosísima por 2 razones: primero, porque proviene de un socialista que pese a tomar medidas muy amargas, se mantuvo en el poder por 14 años gracias al voto popular, y segundo, porque durante su gestión demostró que si la izquierda quiere, puede aprender a generar riqueza. El ritmo de crecimiento económico alcanzado por el país fue superior al del resto de los países Europeos. Hoy España es la novena economía mundial.

Aplicando la crítica de Felipe González podemos establecer que uno de los obstáculos para el desarrollo económico de México es la izquierda, porque no sabe generar riqueza y en cambio todo su discurso político se concentra en repartirla. Si la izquierda moderada española aprendió a tomar medidas amargas que sirvieran de base para impulsar el desarrollo, la izquierda moderada de México puede hacer lo mismo.

Este tema es de una actualidad urgente porque en estos momentos se están discutiendo los presupuestos de ingresos y egresos de la federación. Nada afecta más la vida diaria de los ciudadanos que la definición de cómo se van a cobrar impuestos y en qué se va a gastar e invertir el dinero de la nación. Y es aquí también donde se establecen las bases que permiten la creación de la riqueza.

No hay que olvidar que el país está siendo afectado por la crisis económica mundial más grave de los últimos 70 años. Por lo tanto, la recaudación de impuestos podría disminuir, tal como ya ha sucedido en numerosas ciudades de Estados Unidos. Por ello, para no generar grandes déficits gubernamentales es conveniente primero “adelgazar” a la burocracia. La burocracia es un parásito, necesario, pero a final de cuentas un parásito que no genera riqueza sino que vive de lo que generan los sectores productivos.

El primer paso dado por Bill Clinton en su primera administración fue reducir la burocracia. Un grupo de trabajo dirigido por el entonces vicepresidente Al Gore, redujo el número de empleos burocráticos a su nivel de 1960, al tiempo que la convertía en una burocracia más eficiente.

Con esto se liberaron miles de millones de dólares que antes eran consumidos por la burocracia.

Con estos recursos, mas los impuestos progresivos a las grandes corporaciones, se estimularon los programas que generan riqueza: educación, impulso agrícola, impulso industrial y comercial a través de préstamos a pequeños negocios, reducción de impuestos a 15 millones de familias pobres y al 90% de los pequeños negocios. Al final de su gestión, Clinton entregó un país con un superávit de 559 mil millones de dólares. Los 8 años de su gobierno de centro izquierda se convirtieron en el período de mayor crecimiento económico de los Estados Unidos en todo el siglo 20.

Después de reducir a la burocracia mexicana vendría luego la retribución a los servidores públicos. Parece que hoy se ha convertido en un secreto de estado cuánto ganan los diputados y senadores en la actualidad. Pero veamos la injusta remuneración a los legisladores con base a los datos públicos de 2007. Un senador mexicano ganaría al mes el equivalente a $13,461.54 en dólares, mientras que un senador estadounidenses gana hoy en el 2009 $14,500.00, sólo 1,038.46 dólares más que el legislador mexicano.

Eso es totalmente injusto para el pueblo de México considerando el nivel de riqueza de ambos países y el monto del salario mínimo. El salario del senador estadounidense significa 11.5 salarios mínimos, mientras que el sueldo del senador mexicano equivale a 106 salarios mínimos. Tremenda disparidad que los legisladores mexicanos deberían remediar.

Hace tan sólo unos días que el senador del Partido Revolucionario Institucional, Francisco Labastida Ochoa, aseguró que un recorte en la alta burocracia del gobierno federal, incluyendo direcciones adjuntas y direcciones de área permitirían un ahorro de 100,000 millones de pesos. En otras palabras, si se quiere adelgazar a la burocracia hay manera de hacerlo, y al lograrlo se estarán liberando recursos económicos para fomentar el desarrollo del país.

Cuando se pidió, hace unos meses, a todos los que reciben dinero de la nación que recortaran sus gastos, el IFE anunció que había logrado recortar 104 millones de pesos ahorrando en gastos de representación, gasolina para sus empleados, comidas, y otras cosas superfluas que estaban siendo pagadas con el dinero de los impuestos de los mexicanos.

Este nuevo congreso tiene la oportunidad de cambiar las cosas para bien de México. Si otros congresos le han fallado al pueblo, hoy es el momento de rectificar las injusticias. Hoy es el momento de acabar con la doble medida con que los congresos mexicanos han juzgado la actividad económica: austeridad máxima para el pueblo, irresponsabilidad máxima en el gasto público para los funcionarios públicos.

La austeridad es para todos, no tan sólo para el pueblo mexicano.

La demagogia no resuelve los problemas, sólo aplaza las decisiones. Ya es tiempo de cumplirle al pueblo mexicano.

Publicar un comentario

0 Comentarios