Juglar de mi pueblo

Padre Antonio Flores
Por Oscar Maldonado Villalpando

Dicen los que de esto saben, que muy allá, cuando nuestras lenguas se forjaban, una venida del latín o como haya sido. Había dos categorías de inspirados poetas, compositores o cantores. Los de Clerecía (Del lat. clerus, y este del gr. κλῆρος) y los de juglaría (de joglar, hombre que cantaba o actuaba en las villas temas populares), por más señas, dicen que de ahí nace el corrido mexicano, en su misma forma de versos octosílabos.

De clerecía era la categoría de autores sabios ya sea del clero regular lo que llamamos religiosos o de convento y los del clero secular que no pertenecía a alguna orden religiosa. Estos trataban temas de elite, verdades ónticas, altas teologías y filosofías.

Esta es una referencia lejana, un pretexto para presentar al padre Antonio Flores Flores, que lo sacude la musa de su fervor, de sus vivencias, de su cariño a lo que Dios le ha concedido en la vida.

Demuestra su alegría por eso precisamente, por la vida, por su condición de cristiano, por su inmenso don del sacerdocio, por su fe y su devoción, y en este libro, su singular cariño a la Virgen. Las Advocaciones de María.

En el camino de su vida, de su sacerdocio ha ido libando, raspando como el agua miel de los fornidos magueyes, ha ido guardando, y ahora está consolidando, consignando para la historia lo que de su familia, del pueblo cristiano ha aprendido. Su trayecto lo convierte un guerrero de mil batallas. Su persona trae las muestras de un apostolado intenso. Los pueblos lo recuerdan con singular cariño.

Él es un regalo el 10 de mayo de 1923, nace en Zapotlán del Rey, se educa en el Seminario de Guadalajara y en Montezuma, N. México. Recibe el sacerdocio el 8 de marzo de 1952 en la catedral de Guadalajara.

Sus libros ya son más de doce, en este año pasado editó 5, ahí se repasa su biografía, pero es plácido recordar, a vuelo ligero, sus andanzas. Alto y fuerte, llega a Jalpa de Cánovas, Gto. Se convierte en bienhechor, pues dirige y se hace cargo de la escuela parroquial, formando personas y buenos cristianos, porque es además gran deportista y llama a la juventud.

De 1955 a 1963 trabaja arduamente en Jamay, junto a la laguna, de ahí cruza el estado y va más allá de Lagos de Moreno, viendo hacia San Luis, es el señor cura del Cuarenta, su labor en muy benéfica formando a la juventud, pero aquel frío bronco y los vientos bravos hicieron que se trasladara en 1965 a Tehuchitlán, una labor muy fecunda que no se puede olvidar.

En 1978 va al templo del Carmen en Guadalajara y en 1981 a Santa Cruz de las Huertas. En Loma dorada en 1985. En 1988 en El Santo Niño de Atocha hasta 1995. Y ahora ayuda todo lo que puede en la parroquia de Santa Elena de la Cruz.

Juglar, (quizá paradoja porque él es un buen sacerdote y preparado además, pero es del pueblo), decimos porque canta en verso, porque festeja con las palabras los valores de la vida, las riquezas de la fe. Preferentemente escribe en verso. Versos abundantes, versos precisos. Logra ambos fines: que la forma sea grata y el contenido sustancial. Alegra e informa de los hechos y valores de la vida.

Del pueblo cristiano

No podemos precisar hacia dónde vaya este mundo, hasta donde calarán los cambios, si caerán más paradigmas, como lo reconoce Aparecida, pero lo que el padre consigna y ha dicho, está muy bien dicho, es la verdad, es la historia, es al mismo tiempo, el ideal, como decíamos arriba, lo mejor, el extracto, como la labor que hace la abeja en las flores, que traduce la belleza en dulzura, el aroma en alimento.

Esta vez el trabajo estaba aventajado en su libro anterior que dice: “A María con amor”. Habla de Ella, de la buena y piadosa Madre y adelante las advocaciones gigantescas: Guadalupe, Fátima y Lourdes, rosas hermosas le dice el padre José R. Ramírez, su compañero de generación y sacerdocio.

Y en este libro continúa ese canto a la Virgen en las advocaciones más cercanas, más entrañables y queridas para nosotros.

No podía faltar la de Zapopan, paso a paso nos lleva a su génesis, por sus subtítulos, al devenir de la historia, en verso evidentemente, se aprende en los versos, alegra su canto.

Y qué decir de la Sanjuanita, también va allá a los orígenes, la Virgen del milagro cirquero y María Lucía, la feria del Reino. Datos y fechas de los templos y suntuosos santuarios. De verdad informa y enriquece. Cómo se acordará que su parroquia, desde aquellos años, era pasada de los sanjuaneros, cuando estaban en San Miguel de Cuarenta, en la presa que da vida a Lagos.

“Esta imagen milagrosa
fue hecha del corazón
de la caña de maíz
mezclada con otros bulbos
que se dan en el país.

El título de la imagen
es la Limpia Concepción
con las manos en el pecho
como madre con amor”

La de Talpa, cuánto cariño, se hace peregrino en las montañas, contempla desde la cruz el valle y el santuario, saborea el chicle y el rollo de guayaba. Es de verdad interesante y valioso su relato.
Y va a Michoacán, a España y a Italia con la del Refugio. Vale la pena este encuentro con el libro del padre Antonio Flores. Él nos demuestra que sigue un ministerio, un hermoso camino.

Cantor de la fe y caminante por la historia.

Porque el caudal de nuestra historia cristiana es tan abundante, porque hay tanto que comunicar de lo bueno de la vida, el padre Antonio, está en ese empeño y sigue en la consigna. El tiempo ha hecho mella, especialmente le fallan los oídos, pero se le ha afinado la sensibilidad y la capacidad de percibir en su interior. Como la abeja, ha almacenado rico néctar de la vida y sigue echando mano del acervo, de su tesoro personal.

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