Nueva luz, nuevo compromiso

+ Junto al honor va la entrega del sacerdote

Por tradición, lo que no necesariamente es malo, el pueblo tiene en gran estima la figura del sacerdote. Mas como en tantos paradigmas o formas de vida, se experimentan cambios progresivos y cada vez más extendidos. Nuevas actitudes que cuestionan, que juzgan y examinan. El mensaje de los obispos en la reunión latinoamericana de Aparecida, Brasil, ilumina este aspecto de la misión de la Iglesia y el ministerio del presbítero.

Aparecida nos habla de los sacerdotes:

200.- La formación permanente debe acompañar a los sacerdotes siempre.

201.- La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y sacerdotes que están al servicio de ella. La primera es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración.

202.- Pero se requiere que todos los laicos se sientan corresponsables en la formación de los discípulos y en la misión. Esto supone que los párrocos sean promotores y animadores de la diversidad misionera y que dediquen tiempo generosamente al sacramento de la Reconciliación. Una parroquia renovada multiplica las personas que prestan servicios y acrecenta los ministerios. En este campo se requiere imaginación para encontrar respuesta a los muchos y siempre cambiantes desafíos que plantea la realidad, exigiendo nuevos servicios y ministerios. La integración de todos ellos en la unidad de un único proyecto evangelizador es esencial para asegurar una comunión misionera.

Encontramos una solución global. Son los sacerdotes y los laicos a la vez.

Primeramente el sacerdote debe estar en constante capacitación. No queda hecho y terminado al salir de su carrera, ahí continúa su formación que no termina ya nunca.

Y la exigencia de ser discípulo es universal. Es la esencia del nombre cristiano. Seguir a Jesús es insustituible para todos. Por eso se renuevan los pasos indispensables. Encuentro con Jesucristo vivo, conversión ante ese encuentro como sucede en las páginas del Evangelio, Mateo y los demás. La tercera etapa es el discipulado que será constante, estar aprendiendo de Jesús, estar madurando en la capacitación para caminar sobre sus huellas, cuarto, debe entrar a la etapa de comunión, hacer comunidad, vivir la comunión. Y realizar la misión. Anunciar a Jesús.

Otro elemento que enriquece ese trabajo es el acompañamiento de los laicos que tienen trabajo en la Iglesia, que acompañan y fortalecen el trabajo evangelizador. No se entiende una Iglesia sin catequesis, sin colaboradores. Ya San Pablo deja ver esa riqueza de colaboración cuando compara la comunidad con el cuerpo, forjado por múltiples miembros.

Una Iglesia viva, saludable, es la que cuenta con la integración de servicios por parte de los laicos. Así dibujan la Iglesia del mañana los Pastores en Aparecida.

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