Volviendo sobre sus pasos

+ El padre Antonio Flores, párroco en 1963, visita Cuarenta, Jalisco

Por Oscar Maldonado Villalpando

>“La presa de Cuarenta.
Tranquilas aguas donde duerme
el pan de los trigales,
bruñido espejo donde se mira
la hermosa flor de los árboles frutales;
prisionera que se escapa
llevando vida a raudales;
hada bondadosa que pinta
de verde hortalizas y cereales;
genio del bien que alimenta
los sabinos y los sauces”.
P. A. Flores.

Como un remanso de piedra, una laguna de rocas, rocas calizas, blanquecinas. El panorama del monte así luce su desnudez. Las plantas clavan sus raíces con denodado empuje, plantas propias de este entorno: biznagas, palmas del desierto, puyas, sotol, algún atrevido mezquite, pinos de piñón, manzanillas y arbustos. Cuarenta, San Miguel de Cuarenta, queda en aquel extremo de Jalisco, rumbo a Ojuelos. Al oriente, del lado de la presa, se levanta, cual gigante de hirsuta cabellera la cresta de la sierra de Comanja, al poniente se extiende esa sierra desértica y rocosa, con remansos o valles cultivables, así es el potrero de Sabinda, su mesa de Chivila y su presa de aguas cristalinas, cortina de piedra en forma de z.

El Padre Antonio Flores fue enviado por el Señor Cardenal Garibi Rivera a Cuarenta, el 18 de marzo de 1963. Un gran recibimiento. Todos los grupos apostólicos estuvieron presentes desde la carretera (Lagos-San Luis). Es muy de considerar que iba a suplir a un señor cura muy querido en el pueblo, D. Fidel Rogelio Palacios, quien había hecho una gran labor durante casi diez años. El paquete era muy respetable para un párroco que se estrenaba en ese ministerio.

Por su parte el P. Toño, había iniciado su labor en Jalpa de Cánovas, con el señor Cura Aurelio Olmos, y también sucedía a un vicario magnífico de Jalpa, Saturnino Covarrubias, esto fue en 1952, el P. Flores hizo una labor muy meritoria. Fundó una escuela parroquial, de ahí llevó al seminario de Guadalajara, en la casa de Lagos de Moreno, “dos obispitos” don J. Trinidad González y el P. Salvador López. Luego fue destinado a Jamay, junto a la laguna de Chapala, en 1956.

Hasta otro extremo

En 1963 fue destinado a Cuarenta. Eran otros tiempos, una época, una estampa, en escala de grises, de aquellos lugares. Un blanco y negro intenso de esta historia de Cuarenta, pero también una colorida y generosa entrega de los pastores, en ese y en muchos pueblos. El antecesor, el Padre Palacios, que llegaba de Tepatitlán. Con un historial magnífico. Un personaje divertido, inspirado, promovió la juventud. Vino a San Miguel de Cuarenta a revolucionar todo. Excelentes predicaciones, de pronto hacía reír a todo mundo, luego empezaban a llorar, y entonces el sacristán con la canasta hacía su místico y estratégico recorrido. Palabras, palabritas y palabrotas. ¿En qué ramo de la vida no transformó a Cuarenta este pastor? En un pueblo pobre, sencillo había propensión a las supersticiones, a decir de alguien que era bruja, que tenía poderes. El Padre Palacios para dejar clara su posición, decía en buena forma, “A ver Petronila, haz que cague serpentinas y perfume” Todo el pueblo estaba sobre su mano. Todos lo querían.
Ese era el paquete para el P. Antonio Flores que llegaba a llenar semejante hueco. Y lo logró, con juventud, con entrega, con deporte, con piedad. Y lo importante es que en sólo dos años logró muy buenos frutos.

Hoy, miércoles 14 de septiembre de 2011, ha vuelto el viejo pastor, y relee la inscripción que aún tiene el piso del jardín de Cuarenta. Ahí da el “santo y seña” El pavimento del paseo fue labor enjundiosa de este sacerdote memorable. Antonio Flores nació en Zapotlán del Rey, un 10 de mayo de 1923, 88 años es un buen equipaje.
Hay bellos retornos, regresos reconstructivos, como aquel del hijo pródigo. Regresar, recordar es vivir. En la vida, entre los días pasados habrá muchos que sí fueron ideales y maravillosos y soñar en regresar conforta y revitaliza.

La fiesta del campo

Hay una hermosa tradición entre aquella gente campesina. Se van al monte de “Sabinda” en familias, y junto a la presa, de hechura de piedra, en una ermita, se celebra la misa, ahí llevan la cruz, que visten de gala, la forran de tela blanca con encajes. Esa cruz está sobre una peña que domina los sembradíos. Eso se realiza el 14 de septiembre de cada año. Aunque las milpas se están secando, hasta los nopales parecen fenecer y la presa está vacía, el fervor no desfallece.

Las personas mayores, las gentes buenas, no lo podían creer. “¡Ha venido el Padre Flores!” 50 años después, un grupo importante se acercan a saludar, a revivir tantos detalles de aquellos años, que fueron muy fecundos. Preguntó por los viejos, los que han muerto, los que están enfermos. Juan “Ojitos” recordó que se pelearon con don Francisco Dominguez, el Papá de Benjamín, pues no quería que tumbaran un mezquite para ampliar el camino al panteón, pero el Padre los puso en paz, pues es un gigantón. Trabajó mucho el Padre Flores en poco tiempo. Mandó al Seminario al Señor cura José Rodríguez Salazar.

Este día, el P. Flores ofició la misa apoyado por el joven párroco Francisco Bañales. Después de la misa, cada familia tomo posesión de una endeble sombra de algún huizache y con gran alegría compartieron sus viandas. El Padre invitado pasaba a visitarlos y les ofrecía sus libros. Ya ha editado 26 libros de distintos temas.
Por la tarde hubo que despedirse de de aquellas personas, esta visita alegró a los fieles de esta región de Jalisco.

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